Capítulo 6 parte A

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Y ahí estaban, —luego de transcurridos dieciocho años sin saber el uno del otro y parados frente a frente—, los dos más rebeldes del San Pablo.

Él: sintiendo más amor por ella; y ella controlando sus deseos de echarse a correr para ir a abrazarle y decirle lo contenta que estaba de verlo completamente recuperado de aquella última vez que lo vio en aquel horrible teatro de Rockstown y en una deplorable condición.

Sin embargo, él ignoraba que ella hubo estado ahí viéndole, haciéndole con su llorosa angelical alucinación reaccionar y regresar al teatro que al final de cuentas sí se abandonó para abrirse camino en Hollywood, lugar donde lo llevó la depresión, y que le ayudaría si no a olvidar, a aminorar el dolor por haber perdido engañosamente a su gran y único amor, ese que se volvía a tener en frente, y que como una vez, se temía en abrazar por el miedo de no dejarla ir.

En aquel ayer hubo sido Susana el impedimento, ahora lo era el amigo, ya que ella era su mujer.

Ignorando también muchas cosas en la vida de él, Candy, —para romper el tenso momento que se hubo formado alrededor de los dos—, preguntaba por:

— ¿Tu esposa no ha venido contigo?

— No — contestó Terrence acercándose al no dársele invitación a pasar, — porque después de ver a mi hija yo... debo seguir un camino.

— Entonces, ¿ella está de acuerdo en dejarla con... nosotros?

Un escalón abajo de la rubia, el castaño quedó para responder:

— No mucho, porque...

— Blanch se les escapó, ¿cierto?

— Así es.

El sentimiento de compasión que antes la caracterizaba, y sin sentirlo verdaderamente, Candy exclamaría:

— Pobre Susana, me imagino el susto por el que pasó al no encontrarla en casa.

— ¿Susana dijiste?

El guapo actor la miró con ceño fruncido, asegurando la pecosa:

— Debió haberse mortificado mucho al ser ella su madre, ¿o no es así?

El tiempo de guardar secretos ya había pasado; por lo mismo, se respondía:

— No, Candy. Yo...

— ¡¿Te casaste con alguien más?!

Por alguna razón, la rubia hubo alterado la voz al interrumpirle; y él diría a su intuición:

— Sí.

— ¡¿Por qué?!

— Por Blanch.

— ¡¿Quién es su madre?!

— Karen Kreis, la...

— Julieta del afiche en tu apartamento, ¿verdad?

— Efectivamente.

— Entonces...

El ser y la voz de Candy temblaban, pero debía cuestionar mirándole de frente:

— ¿Dejaste a Susana para unirte a ella?

— No; fue al revés. Susana me dejó a mí justo el día que íbamos a casarnos.

— ¡¿Por qué?! — se quiso saber demandantemente.

— No lo sé.

Esa respuesta, provocó que un increíble reproche saliera de una boca para indagar:

PRISA POR OLVIDARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora