Capítulo 16 parte A

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La amenazante determinación de Neil consiguió que George aceptara rendidamente.

Sonriendo con burla y triunfador, Regan, antes de liberar a Pony, demandó la pistola del trabajador.

Johnson tuvo que volver a acceder.

Y en el instante que el arma estuvo en la mano del ex convicto, éste soltó a la querida anciana, la cual efectivamente al perder el conocimiento, se cuerpo pesado caería al húmedo suelo, no pudiendo George o compañía, darle pronto auxilio, porque a uno, al cortar gatillo, se le apuntó justo a la cabeza.

No habiendo de otra más que obedecer, el secretario de Los Ardley se giró para caminar hacia el interior de la cabaña, llevando detrás a Neil quien contaba los segundos y los pasos que le restaban para volver a tener a Candy frente a frente.

Deteniéndose al arribar a la puerta, George hesitó en: o abrirla o anunciarse primero.

El cañón que le fue puesto en la nuca, lo hizo decidirse por la primera opción, oyéndose segundos después la voz de Albert.

— George, ¿eres tú? — el rubio preguntó, ya que escuchaba el ruido de los pasos, más no veía a quién pertenecían, estando su esposa, cansada de llorar, dormida a su lado.

La puerta la había cerrado Neil; luego, él empujó al moreno, indicándole quedarse en silencio, porque desde cierto lugar de la habitación se dedicaba a observar a los rubios.

Qué fácil sería acabarlos así a los dos, si se tratara de una pareja de amantes infieles. Aunque, a él tal vez sí por habérsela quitado. A ella no, porque la amaba demasiado; con obsesión, pero lo hacía. Y ya que estaba ahí, Neil se dedicó a responder:

— No, tío William. No se trata de George, sino de mí.

— Neil.

En su inconsciencia, Candy oyó su nombre y se removió un poco.

— Así es.

Regan finalmente se acercó a la cama para dejarse ver por él y decirle:

— Largo tiempo sin vernos, ¿verdad?

Los ojos de los familiares se toparon; y los del recién llegado milimétricamente lo recorrieron de arriba abajo diciéndose:

— Cuando me contaron el estado en que habías quedado, no creas que lo lamenté mucho. Aunque, me sorprende bastante tu resistencia de vida. Quince años estando así debieron haber sido duros y pesados. Lo mismo que se vive estando encarcelado. Tú estarás postrado en esa cama, pero te apuesto lo que quieras que frío, hambre y abandono nunca has padecido; en cambio, yo...

— Sólo recibías lo que era tu merecido.

— ¿Me haces responsable de lo que te pasó? — actuaron con inocencia. — Mi plan era otro. Tus hombres por querer detenerme te hicieron el daño.

— Disparaste con la intención de hacer otro peor.

— ¿Quitar una vida o darla a través de ella? Que por cierto, ¡linda que se mira dormida!

— Neil

Albert lo llamó al verlo inclinarse hacia él, pero para estirar su mano y acariciar el cabello dorado con la punta del cañón de la pistola que sostenía.

— ¿Dime, tío?

Con el afán de divertirse un rato, Neil lo encañonó a la cara preguntando el rubio:

— ¿Por qué tanto odio hacia mí?

— Porque Los Regan no conocemos otro modo de sentir; pero viéndote... sí, lástima también siento por ti; y más hacia ella —. ¿Le reprocharían? — ¿Qué clase de vida le has dado? Una no muy buena por lo que puedo ver

PRISA POR OLVIDARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora