Capítulo 5 parte A

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Ante la cuestión ¿Y hay algo malo en eso? que George lanzara, Candy más nerviosa se hubo puesto, y comenzó a caminar por la oficina, pensando en voz alta:

— No podemos mantenerla aquí.

— ¿Por qué no?

— ¡Porque no quiero verlo!

La rubia se paró abruptamente para mirar a su interlocutor, el cual, cuestionaba:

— Candy, ¿sabes lo que estás diciendo?

— ¡Sí! ¡Hay que cancelar la suscripción de Blanch Randall o Granchester o como se apellide!

— ¡Eso sería un gravísimo error!

— ¡Más lo sería que él llegara hasta aquí!

— ¿A qué le tienes miedo? — se inquirió frente a la actitud que no era difícil de descifrar.

— ¡No lo sé, pero debemos hacerlo!

— Lamento contrariarte, pero no podemos.

— ¡Claro que sí!

— Candy...

Por los hombros, George rápidamente la tomó para mirar unos temerosos ojos y decirle:

— Yo sería el último ser humano en cuestionar estos sentimientos inexplicables de tu parte; sin embargo, cancelar a una estudiante sin darle una razonable justificación, sería el fin de lo que apenas estamos emprendiendo.

— ¡No, si le explicamos...!

— ¿Qué?

— ¡Que hemos descubierto su fraude!

George tuvo que zarandearla un poquito para hacerla reaccionar.

— Ha pagado su cuota; y nosotros no estamos en posibilidades de reembolsar ese dinero, porque lo necesitamos; e inclusive ya lo invertimos. Además, piensa que el resto de las chicas se dará cuenta; todas ellas van a cuestionar; y si no les damos una válida respuesta, no verán la seriedad en esto y también se irán pidiendo lo mismo y nosotros tendremos que pagar más y sin vacilación.

Por breves segundos, moreno y rubia se miraron en silencio; luego, ella diría:

— Tienes razón; discúlpame, George, yo... —, Candy se masajeó las sienes; — simplemente no sé qué me pasó.

Él sí, y le explicaría de este modo:

— Aunque mi fidelidad siempre será para William, te entiendo, Candy, te entiendo perfectamente.

— ¡Y también que lo amo, ¿verdad?!

La mirada verde esmeralda suplicaba que le creyeran.

— Yo lo sé. En ningún momento, lo he dudado; y tampoco soy nadie para reprochártelo, ya que yo comprendo muy bien ese tu sentir que por tanto tiempo se hubo mantenido dormido, y de repente se despierta al simple hecho de saber de alguien que fue importante en tu vida. Tú y él tienen un pasado que ciertamente los marcó; y esas, las marcas, jamás se borran por mucho que queramos cubrirlas.

. . .

Pidiéndosele a Johnson encarecidamente guardarle el secreto de su revelado nerviosismo, Candy salió de la oficina para ir a su respectivo grupo, que de lo más aburrido aguardaba por ella en el hall.

Blanch ya había arribado y reunido con sus compañeras; pero ante la mirada escudriñadora que la instructora le dedicaba en el momento de tenerla cerca, la hizo preguntar:

— ¿Está todo bien, miss Ardley?

La voz de la joven sacó a la mayor de trance y la reprendía:

— No estuviste en el pase de lista, jovencita.

— Lo lamento. Tuve una muy mala noche; y al no poder conciliar el sueño, opté por levantarme e ir a disfrutar un poco del sol y otro tanto de Lakewood.

— Como haya sido, establecimos reglas y todas acordaron en respetarlas.

— Sí, es verdad; y de nuevo lo lamento.

Blanch mostró docilidad ante el obvio malestar de Candy quien diría:

— Hoy cancelaremos el Arte del Cultivo para dedicarlo a los Primeros Auxilios.

Gestos de descontento percibió la rubia y mayormente les aclararía:

— Es para ofrecer pronto auxilio en caso de un accidente, y ustedes estén cerca o presentes. Formen parejas. Y tú, Blanch, ven conmigo. Tú me servirás para demostrarles a las demás qué hacer frente a una situación de atragantamiento.

. . .

El sol afuera estaba en todo su esplendor. Y de ello, el grupo de Archie lo disfrutaba, así como de su guapa presencia, al estarles mostrando un hermoso corcel negro azabache para llevar a cabo el primero paso en su lección de equitación: el trato de confianza que debe existir entre jinete y caballo a montar.

Annie había empezado con la repostería que todos disfrutarían a la hora del lunch.

Patty, por su parte, impartía Geografía al ser cuestionada por una alumna acerca de la distancia y el tiempo que había de un hogar hasta Lakewood, soltándose todas en carcajadas cuando otra hubo interrogado si la pregunta había sido formulada por si se tenía planes de escaparse, y lo peor, a pie.

Y así, entre risas, suspiros, quemadas y lastimadas, transcurrieron las dos primeras horas.

Posteriormente, se rolarían a las chicas a modo que todas fueran conociendo lo mismo; comiendo a las dos de la tarde y finalizando las actividades a las diecisiete horas, teniendo a partir de ese tiempo: libre, antes de ser llamadas a cenar y puestas a dormir.

. . . . .

Al día siguiente y después del pase de lista, se formaron los mismos primeros grupos, quejándose cuarenta y cinco chicas al oír que a las quince que habían quedado con Archie, éste les ordenaba ir por sus trajes de baño, ya que la Natación sería la clase del día, aunque muchas no ingresarían al lago al quejarse de lo fría que estaba el agua. No siendo lo mismo para los horarios, después del meridiano, que lo disfrutarían enormemente.

Blanch sería una de ellas, ya que su recorrido por Lakewood terminara, habiendo conocido al final quién hubo sido el creador del Portal de las Rosas: Anthony Brown; el de la Cascada: Archibald; y el de Piedra: Alistar Cornwell quien por el modo que miss O'Brien hablada de él, supusieron todavía había sentimientos por el desaparecido inventor y hermano de su guapísimo instructor, y del cual, su hijo rasgos le había heredado, y que en su lugar de trabajo recibía al bien parecido visitante trajeado que frente a la reja del portal principal se había parado al descender de un auto rentado.

— Buen día. ¿Puedo ayudarle en algo?

Amablemente, Alistar saludó detrás de la puerta.

— Buen día. Sí. Me informaron que mi hija está en este lugar y quisiera verla antes de volver a retomar el tren a California.

— No sé si se podrá, pero... ¿puedo saber su nombre? — ¿el de ella o el de él? quien diría:

— Ella se llama Blanch Graham.

— ¿Eso significará B.G.?

— ¿Disculpa?

— No, no fue nada. Voy a darle el paso, pero... ¿puedo ir con usted? Para anunciarlo con la directora del lugar.

— Sí, claro. No le veo el problema.

— Bien.

Y en lo que Alistar abría la reja, Terrence regresó al auto para adentrarse al tener el acceso, y esperar por su guía, el cual lo llevaría por la vereda hasta el patio principal de la impresionante residencia, disparándose locamente los latidos de un corazón al estar cada vez más y más de cerca de lo que ojos añoraban ver. 

PRISA POR OLVIDARWhere stories live. Discover now