Capítulo 2 parte B

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Para deshacerse de unas gruesas botas y calcetas, el joven, —de cabellos cobrizos, ojos azules, y de aproximadamente dieciséis años—, se paró en la puerta antes de entrar a lo que ahora era la vivienda de los Ardley.

Ya descalzo, el chico se adentró para ir en busca de una habitación.

Ahí, la mujer de edad que yacía sentada en una mecedora cerca de la cama, dormía. Excepto el humano que ocupaba el lecho, sonreía y decía frente a la negación del joven que se aproximaba:

— Su relato era tan aburrido que hasta ella misma se arrulló.

Mostrando seriedad, el joven indagaba:

— ¿Tú no quieres hacerlo?

— No, Al, porque quise esperar para oír cómo les ha ido.

— Genial. Fácil unas cincuenta o más señoritas han recibido y ya han organizado tremenda fiesta.

— ¿Y por qué no te quedaste a disfrutarla también?

— No estoy vestido apropiadamente para ello. Además, es mi turno de cuidarte hasta que tía Candy vuelva. Así que...

A la que descansaba, el joven fue para hacerla despertar.

— ¿Señorita Pony? —, la movió llamándola nuevamente: — ¿Pony?

— Déjala, hijo.

— Pero...

— Sus siestas no pasan de cinco minutos.

— Bueno —, aceptaron con resignación; — entonces, voy a darme un baño y vuelvo.

— ¿Por qué no te descansas mejor? Tu nuevo puesto de guardabosques no será fácil a partir de hoy.

— Lo será, tío; porque gracias a ti también he aprendido a amar la naturaleza que durante el día disfruto; pero, ahora me intriga en conocerla de noche y los misterios que puede esconder en ella. Además, con tantas hermosas damiselas por vigilar debo estar más que alerta.

— ¿Será que alguna pueda llamar la atención de tu corazón?

Sus ojos ya lo habían hecho, no obstante, Al diría:

— Es muy pronto el enamoramiento para mi edad. Son otras las prioridades que debo cubrir antes de llegar ahí.

— ¿Llegar adónde? — preguntó la metiche bella durmiente.

— A ningún lado, Pony. Sigue durmiendo.

— ¿Lo hacía?

De la pregunta y los gestos de la anciana mujer, un solo hombre rió, ya que el más joven negó con la cabeza y decía secamente:

— Los dejo un momento.

... y emprendió sus pasos a la salida cuestionándose con ingenuidad:

— ¿Ahora por qué se enojó Alistar conmigo?

— No te preocupes, Pony. Ya sabes que así es su carácter; y como todos, no le ha sido fácil aceptar el nivel de vida que ahora debemos llevar.

— Sí, lo entiendo. Bueno —, la querida religiosa se meció en la silla diciendo: — ¿retomamos el relato que te contaba?

— Me encantaría, pero... ¿no te molesta si descanso un rato?

— No, claro que no. Duerme tranquilo. Aquí me quedo yo para velar tu sueño, Albert.

Seguidamente, él cerró los párpados, parte de la cabeza que era lo único que podía mover; y es que...

La bala que años atrás se disparara no hubo sido mortal, pero si muy dañina al incrustarse justo a la mitad de la espina dorsal.

Y aunque en aquel entonces los medios tenían para pagar a médicos altamente reconocidos, de éstos el miedo se apoderaba, y ninguno quiso arriesgarse a operar, no dejando otra más que resignarse y optando Albert por quedarse así, al negarse rotundamente a volver a visitar más expertos a pesar de que su amada Candy no perdía la esperanza de que algún día encontrarían al valiente, y éste le devolviera su caminar; y entonces sí, el amor que en ambos había nacido, poder disfrutar como se debía siendo precisamente eso, el amor que le profesaban lo que al rubio mantenía con vida, además, de que él tampoco la podía abandonar, no en las circunstancias en las que estaban, aunque bien sabía que para ella ser pobre o rica no le importaba, sino ser feliz.

Sin embargo, la desesperación muchas veces hizo su parte; y esa sonrisa que caracterizaba a Candice White sólo él, —y cuando estaban a solas—, la podía ver, comprendiéndose que lo hacía para no mortificarle y darle alientos para seguir adelante como todos debían hacerlo, incluyéndola a ella, la cual...

O ya era su edad o su triste realidad, pero el ruido que las jovencitas estaban armando en el hall, tremendo dolor de cabeza le produjeron.

Sabiendo quienes se quedaban al cuidado de todas ellas, una muy seria y formal Candy, —de cabello corto—, hubo buscado una salida, escuchando también al estar afuera, el claro sonido de la melodía que se tocaba.

Las situaciones por las cuales hubo pasado y seguía pasando, —aunque su sentido de oído la puso en alerta—, otra parte de ella no le ayudaba a atinar dónde hubo oído aquella pieza con anterioridad.

Donde hubiere sido, Candy se olvidó de eso al ser llamada su atención por la señorita que yacía en la columna de mármol.

Por lo tanto, yendo a ella, viéndole lanzar el beso al aire y guardar su instrumento, la cuestionaba:

— ¿Por qué no estás adentro con las demás?

— ¡Porque es obvio que preferí estar afuera y sola!

— ¡¿Disculpa?!

De su grosería y ruda contestación, Blanch se arrepintió y corregiría de inmediato:

— ¡Perdón, miss Ardley! Pero me desconecté del lugar donde estoy y pensé...

Blanch agachó avergonzadamente la cabeza ante la mirada fruncida de la rubia quien oía:

— ... que era mi madre quien me hablaba.

— Ah, entiendo —, ¿que no había una buena relación? Pero qué tal entre ellas al quererse saber: — ¿cómo te llamas?

— Blanch, mi lady.

— ¿Y de dónde nos visitas?

— De... de... de...

— ¿Acaso no lo sabes? — inquirió una extrañada Candy.

— ¡Sí, de Detroit!

— ¿Y por qué vacilaste?

Blanch sonrió y astutamente diría:

— Es que, en sí, he vivido en tantos lugares que quise darle el que más recuerdos me ha dejado.

— Sí, ya veo.

Candy la miraba, e interiormente dudaba de aquella joven a la que se le sugería:

— Bueno, pues ya que no quieres ser parte de la fiesta, te recomiendo que vayas a tu habitación asignada. Mañana temprano comenzaremos con las actividades, y todas deben estar puntuales en el comedor para desayunar primero.

— Claro que sí, miss Ardley. Con permiso.

Con una estudiada reverencia, la castaña se dispuso a alejarse de la anfitriona, la cual pensó para sí, que debía mantener vigilada a esa muchachita y su irreverente y extraño comportamiento, que de alguien se lo recordaba; pero ¡ah! su bendita memoria no le volvía a ayudar en esos momentos.

PRISA POR OLVIDARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora