Capítulo 3 parte B

143 21 5
                                    

Ante la situación, Alistar se fue riéndose de manera burlona.

Los padres de él salieron de la mansión al oír los gritos; y tanto Annie como Patty corrieron hacia la habitación de Blanch para ayudarle a subir.

— ¿Estás bien? — alguien hubo preguntado con preocupación.

— Sí, miss O'Brien, gracias.

— Por Dios, muchacha, qué susto. Además, ¿qué hacías afuera y colgada?

— Un estúpido, que por abajo pasaba, me asustó cuando tocaba, perdí el balance y... ¡mi armónica!

Consiguientemente de gritar, Blanch salió corriendo de su habitación para descender y salir de la residencia de las rosas.

Empero, su instrumento ya estaba en manos de Alistar, quien volvía con una cuerda sobre los hombros, y pronunciaba dos letras doradamente grabadas:

— B. G.

En pijamas, despeinada, desmaquillada y sin zapatos, la dueña de aquello velozmente apareció.

Y cuando a él se acercó, la joven no iba a ser nada amable al pretender arrebatarle su pertenencia. Una que no fue fácilmente entregada, ya que el guardabosque la sostuvo altamente en su mano, por hacerlo, se le decía de manera amenazante:

— ¡No juegues conmigo y devuélvemela!

— No, hasta que me respondas —, él jugaría burlonamente con ella: — ¿por qué no me esperaste? Ya traía la cuerda para ayudarte. ¡Mírala! — se la mostró en el hombro; y a él una fulminante mirada aceitunada que iría acompañada con una frase sarcástica:

— Sí, ya la miro. Y ahora para que tu viaje no haya sido en balde, ¿por qué no te la enredas en el cuello y te lanzas desde la punta más alta de un árbol?

— ¿Y por qué haría eso?

— ¡Porque ya hay bastantes idiotas en el mundo y uno menos nadie extrañaría!

— ¿Ah sí? Bueno, entonces, lo haré con la condición de que tú te la enredes conmigo y saltes también.

— ¡Alistar ¿qué modales son esos?!

— ¡Ella empezó, mamá! —, la cual junto a Patty y Archie también aparecieron.

— Como haya sido, jovencito. Esos no son modos de tratar a una dama — observó un padre que oía:

— ¡¿Dama ésta deslenguada?!

— ¡Idiota!

Además de calificarlo, Blanch lo pateó en la espinilla; pero le dolió más a ella al no llegar zapatos.

Y aunque Alistar hubo sido lastimado, olvidándose de quienes estaban presentes, decía el muy vengativo:

— ¡Eso le pasa a las tramposas!

Esa demandaría nuevamente:

— ¡Entrégame mi armónica!

— ¿Y si digo que no, vas a ponerte a llorar, B. G.?

— ¡Yo nunca lloro, pedazo de animal!

— ¿Ah, no? ¿Entonces, qué hacías hace rato parada en la columna? ¿no llorar?

Blanch lo miró; y sabiéndose descubierta, contestaba:

— Pues no, no lo hacía, cegatón.

— ¿Ni tampoco...

El joven Cornwell emuló irónicamente el beso que la chica hubo lanzado al aire;

— ... el beso aéreo que le mandaste a tu enamorado?

PRISA POR OLVIDARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora