Capítulo 13 parte B

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Aprovechando que el grupo de señoritas se estaba dispersando, Terry buscó la puerta de salida.

Afuera de la mansión, él se encontró a otro grupo, pero de hombres, los cuales eran dirigidos por el joven Cornwell.

Éste, al ver al actor, a él se encaminó para informarle que todo seguía normal.

Felicitándole del trabajo que hacía, Terry se montó en su auto para irse a casa, donde más tarde la compañía de un jinete a caballo tendría.

. . . . .

El alba apenas estaba pintando; y en cierta área de la cabaña se veía luz.

Adentro, una persona ya vestida se preparaba una taza de té, porque dormir no hubo podido; y porque también intranquilidad se sentía, después de dar dos sorbos a su caliente bebida, salió de la casita campirana, asegurándola a ésta para dirigirse al caballo —que afuera se hubo quedado, ya que debido a la oscuridad, a la visita en auto la llevaron—, montarle y dar un paseo por los alrededores.

. . .

Como él, ella tampoco pudo dormir; y aunque a su esposo no se acercaba, desde el pie de la cama lo vigilaba. Se veía tan sereno, que antes de que los remordimientos la atacaran, se alejaba de ahí y de la habitación.

La claridad que divisó por una ventana del pasillo, la condujeron a la cocina para prepararse también un té.

Y en lo que éste estaba, la puerta de servicio se abrió para caminar un poco por el césped húmedo y verde y aspirar su aroma fresco, atrayendo su atención, pasos después, la persona a caballo que a todo galope se acercaba a ella.

Al reconocerlo, Candy espantada miró a todos los lados; y mayormente al verlo bajar con rapidez del cuadrúpedo, pidiéndole al sujetarle por el brazo que entrara a la casa.

— ¡¿Por qué?! ¡Además, ¿qué haces aquí?!

Ella preguntó indicándole él guardar silencio.

— Terry, ¿qué sucede? — Candy insistió bajando el volumen de su voz.

— ¿Han despertado todos?

El actor se dispuso a correr las cortinas de varias ventanas.

— Y si sí, todavía no bajan.

— ¿Y Albert?

— En su habitación, pero duerme. Ahora, puedes decirme tú, ¿qué pasa?

Sin la posibilidad de ser vistos, Terry se le acercó; y al estar de frente y analizada su vestimenta, sonrió con lujuria, y así la besó, alejándolo ella rápidamente y catalogándolo:

— ¡No seas estúpido! ¡Pueden vernos!

Candy se acercó a la puerta que conducía a la sala; y debido a que seguían solos, lo miraría con regaño y exigiéndole:

— Ya dime qué haces aquí.

Segundos se pensó en responderle; pero gracias a la mirada advertida de la mujer, el hombre diría:

— Neil está en Lakewood.

— ¡¿Qué?! — ella gritó aterrorizada. — ¿ ¡Cuándo salió de la cárcel!?

— Lo ignoro, pero... alguien avisó que vendría para acá; y al parecer ya está dentro de la propiedad.

— ¡¿Dónde exactamente?!

. . .

A metros de distancia de la propiedad de su familia y muy cerca al inmenso lago que lo rodeaba, de aquel auto que le levantara a media carretera, Neil se bajó.

Antes de caminar y sin importar la hora de la mañana, un cigarrillo encendió; y conforme lo fumaba, se quedó observando lo extenso de la tierra y los años que habían pasado sin haber estado ahí.

Quizá su familia estaba en la ruina, y si demandaba su parte de herencia nada le darían, pero... ¿qué tal si se vendía un gran tramo de todo aquello?

Él podría vivir un buen tiempo mientras la suerte le sonreía, justo como en ese momento socarronamente lo hacía de sólo pensar en las caras que pondrían al verle, sobre todo, la de ella. La que lo mantuvo fuerte al estar encerrado entre cuatro frías paredes.

Su huida a Florida hubo sido contraproducente.

El joven mimado y caprichoso que todos pensaron había en él, en el instante de llegar a aquel estado, dejó de existir.

Una parte, Neil se lo propuso; pero la otra todavía se dejaba llevar por su hermana que amistades prontamente comenzó a formar sólo para presentarle las más bonitas y acaudaladas.

Sin embargo, el desfile de jovencitas que frente a él pasara, no le interesó en lo absoluto debido a que ninguna se le parecía a ella: a la rubia huérfana enfermera que más odiaba en el mundo.

Los más de un rechazos que de su parte recibiera, se convirtieron en una obsesión que acrecentó cada vez que Eliza lo instaba a olvidarla, ya que poca cosa significaba para él.

¡Qué tan equivocada estaba la joven Regan! ya que Candy, desde aquella vez que lo rescatara, se había convertido en el amor que le era imposible demostrar como se debía.

Por ella, se propuso a cambiar.

Tal vez, si lo viera llegar con otra actitud, una oportunidad tendrían los dos.

Sí, lo hizo; y lo estaba consiguiendo hasta el día que su hermana le llevó la noticia de que Candy había dejado de ser adoptivamente una Ardley para convertirse en la esposa del joven magnate de su tío, de quien recordó las únicas palabras que en toda su vida le había dedicado:

Neil, lo siento, pero Candy tiene que ser la que decida con quién se quiere casar.

Con las imprecaciones que el joven Regan le dedicó a Albert, lo llenaron de aversión e ira, pidiéndole todo su ser el vengarse.

Sí, debía hacerlo. Él osó interrumpir su compromiso sin saber cuánto amaba a la rubia, así que, ¿por qué no hacer lo mismo?

La fuerza se la dio el odio que sentía, así como el planear lo que haría. Irrumpir en la ceremonia y demandarla como suya. No obstante, una sonrisa diabólica le surgió; y precisamente suya sería antes de que él...

Porque su familia no fue requerida en la celebración, Neil, excusando una salida con una de las tantas amiguitas de su hermana, se dirigió a Chicago... a la iglesia... a esperarlos.

Desafortunadamente, como lo había ideado no resultaron del todo las cosas, él fue a prisión, su tío al hospital y Candy...

Bueno, deseos tenía de verla; así que, ya consumido su tabaco se dispuso a entrar a la propiedad, sólo necesitaba decidirse por dónde, ya que, lo que en verdad quería era sorprenderlos, desconociendo Neil que su madre ya había puesto en sobre aviso a esa parte de la familia que por doquier vigilancia requirió. 

PRISA POR OLVIDARМесто, где живут истории. Откройте их для себя