Capítulo 14.

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Un hombre tiene que saber mirar antes de aspirar a ver.

Danza de dragones.

Anabette.

Las palabras salían de mi boca sin sentido alguno.

Mis sentidos estaban desorbitados y mi corazón estaba desbocado.

Acorté la distancia entre nosotros.

—Bette, esto es una mala idea, estás ebria, no... —comenzó a alejarse.

—¿No quieres?

¿Por qué preguntas eso? ¡Cállate boca, por Dios!

—¡Por supuesto que sí! —gritó, luego abrió los ojos de par en par—. ¡Ay, Dios! ¿Qué estoy haciendo? Lo siento —relamió sus labios y prosiguió—. Lo que trato de decir es que, mejor hablemos mañana. Esto no está bien—aclaró, luego se apartó—. Nos vamos —sentenció, y se marchó en dirección al auto.

Volví a indicarle la dirección de mi casa, y él no me respondió, mantuvo siempre la vista al frente. Tanto mis sentidos como mi lucidez volvían, y el peso de lo que había intentado hacer estaba carcomiendo mi cerebro. Si antes no lo habías arruinado, ahora sí. Y mucho. No sabía qué me estaba pasando. Me había encargado de cavar mi propia tumba, de volver todo peor y peor.

¿Por qué no perecía de una vez?

Comencé a jugar con mis dedos en mi regazo, sopesando qué podría decirle.

¿Debía hablarle? ¿Darle las gracias por no haberme besado? ¿Qué le decías a tu «amigo» luego de una situación como esta?

—Jeremy, lo... lo siento. No sé qué estaba pensando, solo, solo...

—No estabas pensado —zanjó él.

—Sí, exactamente —llevé ambas manos a mi rostro—. Perdona en serio, soy un desastre.

Pero, para mí sorpresa, escuché a Jeremy reír. Lo miré, con el ceño fruncido, y él sostuvo mi mirada.

—Volviste —aclaró sonriendo—. Esta si eres tú.

—Debo asumir con eso que... ¿No estás molesto?

—No, no lo estoy. Solo no quería hablar contigo mientras estuvieras... ya sabes.

Sabía que se refería a mi pequeña insinuación de hace rato.

—¡Esto es una pesadilla! —dramaticé, y llevé ambas manos a mi cara, otra vez, mientras apoyaba ambos codos en mis piernas.

—No ha estado tan mal, yo me divertí.

—Por supuesto, tuviste tu payaso personal.

—Claro que sí...

La tensión disminuyó, no dejaba de reprenderme mentalmente por haberlo hecho, pero saber que no lo había molestado me aliviaba un poco. Aunque, una nueva incógnita se formó en el camino:

¿Qué hubiese pasado si no fuese estado ebria?

¿Lo habría hecho?

La disipé rápidamente cuando la fría e inmaculada pared de piedra que bordeaba mi casa se asomó en el camino. Jeremy se estacionó, y apagó la camioneta.

—Gracias por traerme —agradecí, sin atreverme a mirarlo.

—No es nada, Bette —respondió.

—Entonces, nos vemos después —fijé mi vista en la manilla de la puerta, y tiré.

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