Capítulo 2.

186 29 57
                                    

Incluso los que dicen que no pueden hacer nada para cambiar su destino,

miran al cruzar la calle.

—Stephen Hawking.

Bélgica, Valonia.

3 meses después...

Marzo, 2018.

Anabette.

La vida universitaria no era el sueño musical que todos me habían prometido, tal vez era porque la gente tenía como meta ser cada día más insoportable y repugnante o porque después de la muerte de mi hermana, nada se sentía igual. De hecho, tenía suerte si lograba sentir algo en absoluto.

En la calle el tráfico pasaba y pasaba, la algarabía de sonidos me abrumaba. Odiaba salir de mi casa, odiaba hablar con personas nuevas, odiaba la expresión en la cara de las personas cuando se enteraban de lo que había pasado, odiaba sentir que me miraran con lástima...

Sentí un pequeño punto de calor en mi hombro, me volví y vi a un sujeto de mi clase sentarse justo a mi lado.

—¿Necesitas que te lleve a casa? —ofreció con voz melosa.

—Gracias, Christian, eres muy amable, pero ya vienen por mí —solté la dulce verdad, y ciertamente, así tuviese que irme caminando hasta mi casa, lo haría si eso evitaba ir a cualquier lugar con él.

—¿Segura que es eso? ¿O es porque sabes que no te resistirías a mí si estás a solas conmigo? ¿Tienes miedo? —escupió con una irritante sonrisita. Pese a la estupidez de sus palabras, su mirada se veía seria, la diversión nunca se asomó en sus ojos, como si estuviese muy seguro de que era un hecho, completamente convencido de que él era una especie de macho irresistible.

Dios mío, manda un rayo y pártelo en dos. Evítame escuchar esta verborrea.

—La verdad es que sí —respondí y en su cara se precipitó la esperanza —. Me aterra, la verdad me aterra la poca capacidad neuronal que posees y ese aliento ¡Carajo! Ni si quiera sé por qué estoy aquí hablándote, cualquier persona hubiese echado a correr hace ya varias palabras —al pobre chico parecía que se le iban a salir los ojos de las órbitas, y un fuerte color rojo se apoderó de sus mejillas, no sé si por el frío, la vergüenza o la ira.

Requerí de toda mi fuerza de voluntad para no reírme de su cara de sapo aplastado. De cualquier modo, yo no tendía a ser cruel con las personas sin ningún motivo, pero este chico... vaya que tenía varios. Creía, no, estaba totalmente seguro de que él era igual a una última Coca-Cola en el desierto. El hombre creía que todas y cada una de las personas a su alrededor vivían y servían para él. Era excesivamente grosero con la mayoría de las personas, y se burlaba de las chicas que según él no alcanzaban su definición de «bonitas». Era un cabrón, en pocas palabras. Y yo no tenía tiempo ni ganas para soportar hoy sus estupideces.

Se levantó de su asiento y comenzó a gritar, mientras simultáneamente hacía gestos exasperados con las manos:

—¡¿CÓMO DEMONIOS TE ATREVES A HABLARME ASÍ?!

Lo miré, al borde de la indulgencia, completamente fingida, por supuesto. Comencé a levantarme grácilmente del asiento, hasta que quedé justo a la altura de sus ojos y firmemente le gruñí:

—Exactamente de la misma manera que lo estoy haciendo ahora ¿Por? —mi voz sonó deliciosamente gutural, exactamente como esperé que saliera.

El sonido del claxon de papá me contuvo de perder los estribos.

SEMPITERNO: Un Nuevo Inicio [Completa] ©✔️Where stories live. Discover now