Capítulo 7.

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La felicidad no brota de la razón
si no de la imaginación.
—Immanuel Kant.

Marzo, 23. 2018.

Anabette.

No recordaba cómo había sido mi vida antes de eso, quién había sido yo antes de eso. La niebla en mi memoria lo disipaba, y se alejaba, se alejaba. Desde hace tantos años había sido igual, la misma alucinación, a la misma hora, la misma rutina.

Los sueños extraños fueron los primeros que se manifestaron, recuerdo que tenía doce años cuando apareció el primero. Pesadillas que me inquietaban cada noche, todas eran diferentes, en lugares diferentes, con situaciones diferentes, pero todas tenían en común una cosa: el tic-tac, un inquietante sonido de reloj. Su repiqueteo martilleaba en mis oídos cientos de veces, como el sonido de un segundo corazón que iba incrementando al compás de un crescendo, más alto y más alto. Una vez terminada la pesadilla, el sonido permanecía unos minutos, luego iba disminuyendo... hasta que al final, simplemente se iba. Era fatigante, desesperante y yo no lo entendía. Les conté a mis padres acerca de mis «sueños feos» Ellos me llevaron a varios doctores, y estos les recomendaron llevarme a un psiquiatra, alegando que ellos tenían más experiencia en ese tipo de cosas.

El psiquiatra les preguntó que si había tenido algún tipo de trauma cuando era más pequeña, y ellos le dijeron que no, no que ellos supieran.

El doctor no pareció del todo convencido, pero igual  me recetó unos medicamentos; eran somníferos, relajantes, y entre otros sedantes. Aseguró que con eso las pesadillas cesarían y que a la larga finalmente se irían. Pasaron dos meses, y estas, en efecto, habían parado. Al ver la mejoría, mis padres decidieron suspender el tratamiento.
Las pesadillas estaban aferradas a mí, como una madre osa que abraza y se aferra a su cachorro ante el peligro... y volvieron. Esta vez más fuertes, más constantes y más alarmantes.

Mis padres estaban alterados. Pasaba las noches gritando, suplicando que me despertaran y llorando una vez lo hacían. No sabían qué hacer, llevarme al doctor ya no era una opción; tenían miedo de que les reprochara el hecho de haberme alterado el tratamiento, que estaba diagnosticado para un año, sin parar. No tenían muchas opciones, así que comenzaron a darme las pastillas, y nuevamente surtieron efecto, pero pasaba la mayoría del tiempo dormida. Poco a poco fui alterando yo misma las dosis, mezclándolas y alternándolas hasta que llegué a la conclusión de que solo necesitaba cuando máximo tres pastillas, servían para mantenerme estable. Siempre y cuando no tuviera algún tipo de emociones fuertes. En tal caso, tomando los demás medicamentos volvería a la normalidad.

Pero había un detalle, al cual nunca pude darle una explicación razonable; justamente a las 5:30 pm debía tomarlos a toda costa, sin falta. Ni un minuto más, ni uno menos. Ahora, los sueños no se presentaban de noche y dormida, eran a pleno día, despierta. Era como si viera el mundo a través de una fotografía vieja, más allá de mí, como si las personas quedaran en silencio mientras simultáneamente los bordes de mi visión se volvían borrosos y oscuros, como si la oscuridad devorara todo y especies de ramificaciones se alzaban e iban hacia adentro, desde los bordes hasta el centro.

Era espeluznante. Durante mi niñez esos detalles permanecieron tácitos ante mis padres, guardados, demasiado aterradores para intentar revivirlos, para dejarlos salir. Si el tratamiento era cumplido, no pasaba nada. Y a la vista de todos yo era considerada alguien normal.

○○○

Al día siguiente fui a clases, retomé mi vida, como si nada fuese ocurrido. Esos episodios eran algo con lo que ya estaba acostumbrada a vivir. Entré a todas mis clases, y me felicitaron por el informe. Sonreí tristemente al recordar a Jeremy asustado y preocupado por mí. Debía darle las gracias, pero no por ahora, sentía muchísima vergüenza con lo sucedido ayer, otro día se las daría, cuando la pena no corriera en mi interior.

SEMPITERNO: Un Nuevo Inicio [Completa] ©✔️Where stories live. Discover now