Capítulo 9-2.

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A lo mejor mi mente me hacía ver cosas que yo me negaba a aceptar que había perdido para siempre. Estaba llenando el vacío porque era más fácil que dejarlas marchar.

—Becca Fitzpatrick, Crescendo.

Anabette.

Me dispuse a ir al ático e intenté alcanzar la cuerdita, pero mis poderosísimos 1.65cm no eran de mucha ayuda. Escaneé el perímetro pero no había nada que me sirviera de escalera. Dejé mi bolso sobre el suelo, y salté y salté, una y otra vez, la pequeña cuerda se burlaba y se escurría en mis manos. Hasta que finalmente tuvo piedad, la alcancé y la halé. Se desplegó ante mí la pequeña escalera.

Subí, un escalón y luego otro, la madera traqueteaba, parecía amoldarse y estirarse bajo mis pies. Si tenía suerte ninguna se rompería. Llegué a la parte superior en una sola pieza. Y cuando una espesa negrura me dio la bienvenida al ático, noté que había dejado mi teléfono en el bolso, al pie de las escaleras.

¿Cómo pretendes ver sin luz, genia?

—¡Carajo!

—¿Necesitas ayuda?

Giré mi cabeza, y vi a Jeremy detrás de mí.

—Eh. Sí, pero —recordé de dónde venía y fue inevitable decir— ¿Te lavaste bien las manos, cierto?

Él extendió ambas manos, frente a sí, mostrándome que sí. Sí estaban limpias.

—Okaayy —agregué, arrastrando las palabras—. Pásame el teléfono que está en ese bolso.

Le apunté y él se precipitó a tomarlo.

—Ten —dice, ofreciéndome el teléfono.

Lo tomé, lo desbloqueé, encendí la linterna y me adentré en el sótano.

Un montón de cajas estaban apiladas al final de la habitación. Telarañas de todos los tamaños prendían de aquí y allí, y algunas esferas navideñas estaban esparcidas por todas partes.

—¡Qué asco! —me quejé, al ver un montón de cucarachas en una caja donde seguramente debía estar la cinta. Comencé a caminar hacia las cajas. Pero el sonido de algo caer llamó mi atención, y no era nada más ni nada menos que: el imprudente Jeremy, que venía entrando, o mejor dicho intentando entrar. Tenía un pie doblado hacía adentro y prácticamente la mitad de su cuerpo fuera, su imagen era perfecta para una película de exorcismos.

—¿Qué diablos haces? ¿No puedes entrar como una persona normal? —solté.

—Tú eres más pequeña que yo, Anabette, estoy intentando pasar entero por este orificio.

Yo alcé las cejas, mal pensando el asunto.

Él frunció el ceño, y luego entendió a lo que yo me refería.

—Ve a una iglesia, Anabette, estás enferma ¡Por Dios!

—Yo no he dicho nada —solté, ahogando una risa.

Él terminó de entrar. Sacudió su ropa y se dirigió hacia mí.

—¿Dónde está la cosa? —preguntó.

—Ahí —señalé a la caja repleta de cucarachas.

Jeremy perdió el color del rostro, y palideció cual hoja de papel.

—¿N..no meterás la mano ahí, cierto? —balbuceó.

—No, claro que no —el alivio invadió su rostro—. Tú lo harás.

—¿Qué? No, de ninguna manera. No, Anabette, no —repetía. Se calmó un momento, me miró y yo alcé las cejas, con un gesto de diversión y reto al mismo tiempo— ¡SON CUCARACHAS! —gritó finalmente alterado.

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