Capítulo 33.

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Cárter Clarckson / Mouse.

De un lado al otro. Carter vagaba de un lado al otro, caminando en círculos, dando vueltas, trazando el mismo recorrido, una y otra vez. Si se lo posponía más, estaba seguro de que abriría un hueco en el piso de tanto pasar y pasar. Pero es que no terminaba de ordenar todo en su cabeza, no terminaba de imaginar qué haría Anabette, cómo reaccionaría. La culpa no dejaba de vitorear en su interior, la algarabía en su consciencia lo perseguía, lo aturdía, le reclamaba y lo culpaba por haberlo hecho, y sobre todo, por no habérselo contado a ella desde el principio.

La cara de esa jovencita asustada entrando en la habitación de Centinela lo golpeó, un recuerdo preciado. Fue para él un alivio cuando, el producto del riesgo que tomó, de haberle robado a su propia hermana el antídoto para despertarla, para hacer justicia, lo había mirado con horror aquel día que se conocieron. Totalmente lucida, viva, sana… aunque tan destruida emocionalmente. Y a pesar de lo aterrorizada y confundida que ella estaba, lo había escuchado, se había tomado la molestia de escucharlo, cuando no estaba obligada ni siquiera a dirigirle la palabra. Y con el tiempo, Anabette le había creído y había confiado en él.

¿Y él qué había hecho? Le había ocultado una parte de su historial, una parte esencial, que sabía que ella no tomaría para nada bien, y que se sentiría traicionada otra vez, que arrastraría consigo recuerdos del pasado, heridas viejas que ella estaba comenzando a sanar.

Le había pedido consejos a Daisy y ella solo le había respondido con un:

«Te lo dije».

Y sí, ella lo había hecho, pero él no le hizo caso, porque se empeñó en creer que si Anabette se enteraba de ello, no lo habría escuchado desde un principio.

Le preguntó a John, y John le aconsejó:

—Tienes que decírselo, no puedes seguir ocultándoselo, se lo debes, Cárter. Anabette está confiando en ti, confía en nosotros... Y si no se lo dices tú, lo haré yo, porque no es justo para ella que sigan mintiéndole tan descaradamente.

Y Mouse no había tenido nada que responder al respecto.

Le preguntó a Thomas y a Owen, y ambos concordaron en que debía decírselo, antes de que se presentará Ederdig esa misma tarde.

Serían dos noticias.

Una mentira, y una verdad.

Una cucharada del pasado, que removería una herida, y una verdad, que cambiaría todo su presente y su futuro.

Era hoy o nunca.

Después del desayuno, Anabette informó que se iría a su habitación a leer un poco, a limpiar sus cosas y a pasar el rato. Siempre era así, buscaba cualquier otra cosa que hacer para no toparse a solas con Jeremy en el salón de entrenamientos. Era como unas horas de privacidad que ambos se habían cedido en un acuerdo mudo.

Jeremy había estado entrenando mucho estos últimos días, se lo veía más centrado, estaba recuperando masa muscular, aunque seguía sin dirigirle mucho la palabra a Cárter. Cárter sabía darle su tiempo, y sabía que vendría a él cuando se sintiera preparado.

Así que Mouse, cuyo nombre real había recelado y ocultado de Anabette, atravesó la pequeña entrada de su habitación, abrió la puerta y tomó una gran inhalación. Lo haría. Caminó unos cuantos pasos, con la espalda rígida como un poste, y en medio de su desfile por el pasillo, el silbido de John lo invadió:

—¿Qué vas a hacer, Cárter?

—Iré a hablar con Anabette —respondió nervioso.

—¿Sobre Ederdig o sobre Cárter? —interrogó.

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