Capítulo 1.

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Incluso detrás de las nubes grises el sol sigue brillando.
-John Yisus.

Al sur de Bélgica, Valonia.
Invierno.
Diciembre 8, 2017.

Anabette.

Los arboles estaban cubiertos por un abrigo blanco y cristalino, el frío era insoportable, mis dientes castañeaban, el viento golpeaba mi cara, mis ojos ardían por las lágrimas que no dejaban de brotar, mis mejillas estaban húmedas y sentía que en cualquier momento se iban a convertir en hielo, pero nada de eso importaba.

-... Que Dios la reciba en su casa, y que en paz descansen sus restos -sonó la voz del cura refiriéndose a mi hermanita, Sophie.

-Amén. -contestaron las personas que me rodeaban al unísono.

Yo permanecí inmóvil, sentía que todo pasaba y que yo era una especie de sombra incorpórea que miraba todo desde muy lejos, entre las sombras y los susurros del viento.

Nada de eso tenía sentido.

¿Cómo podía siquiera resignarme o entender lo que había ocurrido?

Mi hermana de nueve años había fallecido en un accidente así... de la nada. Estaba conmigo y un latido después... nada.

Sé que la muerte no tiene edad, ni etiquetas, ni que tampoco va a llegar y te va a decir: «¡Oye, hola! Hoy es tu último día en este mundo, aprovecha lo más que puedas que en un rato pasaré por ti». Pero era injusto, dolorosamente injusto que la única perjudicada en ese accidente haya sido ella.

Ese día:

Íbamos camino a Las Ardenas, que es una región de bosques extensos ubicada entre Bélgica, Lexemburgo y una parte de Francia, era nuestra tradición ir en esta época del año a acampar y a «ser uno con la naturaleza» a mis padres siempre les había encantado ese tipo de cosas. Íbamos en la camioneta retro Volkswagen de papá y él iba conduciendo, mamá se encontraba en el asiento del copiloto, como siempre, y mis hermanos Kaden, Melanny, Sophie y yo íbamos en la parte de atrás.

Kaden y Melanny iban en la parte izquierda, frente a Sophie y a mí. Como era costumbre iban jugando y golpeándose como dos niños pequeños. Sophie y yo solo los observábamos y nos reíamos de sus berrinches, eran un verdadero espectáculo cuando no se lo proponían.

-Ya dejen de pelear que desconcentran a su padre de la carretera -reprendió mi madre a mis hermanos.

Kaden le estampó un último almohadazo a Melanny, a lo que ella le respondió con una maldición entre dientes, que tanto Kaden como yo entendimos perfectamente.

-¿Y si jugamos al veo, veo? -propuso Sophie, ignorante del montón de insultos que había soltado Melanny, mirando por la ventana de la camioneta.

Mis hermanos me dieron una mirada cargada de aburrimiento, como queriendo decir: «¿No crees que vamos a jugar esa estupidez con ella, cierto?»

Pero yo le resté importancia, como siempre, y le asentí a mí hermanita en modo de afirmación.

-Okay, pero tú empiezas -accedí.

Me regaló una sonrisa preciosa, que dejaba ver la falta de dos incisivos temporales en la parte inferior, y un pequeño dientecito que se asomaba sobre su encía. Alisó su vestido y se levantó de su asiento para poder mirar en la carretera todo lo que íbamos dejando atrás mientras avanzábamos.

-Veo, veo un ... -frunciendo el ceño, torció la cabeza y dijo-. Un ave muy fea.

-Es una Grajilla o Corvus Monedula, su comportamiento es fascinante y si te fijas bien, su plumaje es de un color violáceo increíble -interrumpió Kaden, con un tono de admiración en su voz.

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