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Capítulo 4.

Expuesta, una vela es capaz de apagarse por el viento.
Pero aquí no nos guiaremos por las leyes de la física.
Se encenderá una llama inexorable,
Que ni el viento, ni el aliento se atreverán a apagar.
—Isneida Castillo.

William llegó a tiempo, como había dicho. En todo el camino me sentí mareada, andar en carro, salir de noche, todo me llevaba de vuelta a ese día.

El choque se repetía y se repetía en mi mente, me torturaba y me perseguía la culpa de estar ahí: de camino a una fiesta con mis amigos. Seguir viviendo una vida como si mi hermanita no hubiese perdido la suya hace unos meses.

Mis cavilaciones siguieron torturándome, y les permití hacerlo, como algún tipo de castigo, un tipo de intercambio que compensara la salida de esta noche.

Media hora más tarde, nos encontrábamos en el club. Estaba ubicado en una calle bastante concurrida; consistía en una especie de balcón, con grandes paneles de vidrio que dividían una sala de la otra. Las luces parpadeaban torpemente, titilaban sin cesar y los colores que irradiaban se extendían desde el salón de baile hacia las otras habitaciones, todo junto abrumaba. En general, el aire entero gritaba tácitamente:

¡VIVA EL ALCOHOL Y EL POCO RAZONAMIENTO!

¡SEXO ALOCADO CON ADOLESCENTES SIN SUPERVISIÓN!

—Este ambiente me abruma —susurró Lorie.

La miré con disgusto.

—¿Me sacaste de mi casa para decir que esto te abruma y que nos vamos de regreso? Sabes cómo me siento al salir y aún así...

—Cuidado con decir algo envenenado por la ira de lo que te puedas arrepentir después, Ann—habló Will, apareciendo detrás de nosotras.

—Primero que nada, cálmate.  Insistí en que saliéramos porque quiero que te distraigas un rato —habló, yo asentí apenada. Mi humor estaba hecho una mierda, yo estaba hecha una mierda—. Y en cuanto a ti, Will —dijo escaneando a nuestro amigo— ¿Qué haces aquí aún?

Will alternó la mirada entre ambas.

—Es que casualmente soy el adulto responsable de dos niñas medio tontas esta noche y como, reitero, soy el único adulto responsable en este lugar, debo hacerme cargo.

—Deja de hablar estupideces, William. Solo eres dos años mayor que nosotras, y estás peor de tonto que Anabette y yo juntas.

Él solo se encogió de hombros.

—Como sea —intervino Lorie—, ya que eres el adulto —emitió la última palabra en un tono un tanto irónico—. Tráenos a Anabette y a mí algo de tomar, ya que nosotras las niñas, no podemos hacerlo.

Will sonrió, se llevó una mano al pecho dramáticamente y expresó:

—¡Me siento terriblemente utilizado! —y luego se alejó por uno de los pasillos, que supongo llevaban hasta la barra.

○○○

Los minutos pasaban y pasaban, y la música que sonaba era cada vez más obscena que la anterior, ciertamente estaba más aburrida que un piojo en la cabeza de un calvo. No encontraba en dónde meterme. Lorie no se sentía mejor que yo, y cuando resonó otra horrible canción por todo el lugar, decidimos adentrarnos por el mismo pasillo por donde él se había ido. Lo primero que nos golpeó fueron las luces intermitentes que se desplazaban de un lado a otro, seguido por el olor a alcohol, el amargo hedor a sudor y los cuerpos de las personas bailando.

Escabullirnos entre las personas a lo largo del pasillo fue asqueroso, algunos de los cuerpos que rozaban contra nosotras estaban viscosos y calientes. Finalmente, después del repugnante recorrido, llegamos a las puertas de vidrio que nos daban la bienvenida al gran salón. Teníamos la intención de avanzar lo más rápido posible hacia el otro extremo, pero el ambiente estaba lejos de ser mejor que el de la entrada: habían varias personas con estilos y actitudes un tanto peculiares. Sus cuerpos se retorcían en un aparente estilo de baile, sus movimientos eran torpes. Algunos simplemente estaban quietos, inmóviles como estatuas, recargados sobre las esquinas, los sillones e incluso sobre el piso. Nadie parecía notar nada extraño y supuse que era debido al alcohol, que esas personas estaban siendo utilizadas como títeres por el alcohol en sus venas.