Capítulo 27.

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La mejor manera de matar a alguien es dejarlo morir lentamente en tu mente, sin nombrarlo, sin llamarlo, ni escribirle, sin buscarle...
Joaquín Sabina.

Jeremy.

2:06 am.

Finalmente, el día había llegado.

Me encontraba en una sección del techo del último edificio de Centinela, uno que escasamente era concurrido. Mi mente no dejaba de crear escenarios donde todo podía salir mal, las más de mil maneras de morir que podríamos tener si éramos capturados, el riesgo de que alguno saliera herido me había atormentado día y noche, día y noche, durante estas últimas semanas, el peligro que corría Anabette..., sabía que ella era valiente, que su determinación no la haría flaquear, aunque estuviese viendo la muerte frente a frente, pero estaba aterrado, ella era inocente al mundo real y...

—Tranquilízate, Jeremy —interrumpió Cárter, al parecer captando mi inquietud—. Parece que estás en tus días de menstruación. Deja los nervios, no nos sirven de nada ahora.

—Vete al diablo, Cár... —me ofreció una mirada amenazante, que me obligó corregir—. Mouse.

—Anabette y los demás aparecerán en un momento por esa puerta, así que tranquilízate y procura no mearte encima.

—¿Bette sabe que yo...? —intenté preguntar, ignorando su insulto. Él aclaró:

—Ella sabe lo que debía saber, que somos seis —sentenció impasible—. Este no es un encuentro para que ustedes dos hagan las paces. Es un escape, es la vida de varias personas, y un riguroso plan lo que está en juego. Espero que te comportes a la altura, Jeremy.

No respondí nada, él tenía razón, pero la culpa y el miedo roían en mis entrañas como termitas en la madera.

¿Cómo reaccionaría Bette cuando me viera?

El sonido de las bisagras de la puerta al abrirse interrumpió mis pensamientos, y salió uno de los guardias en medio de ella, Owen, si no me equivoco.

Rápidamente, desenfundé el arma que tenía en mis caderas, y lo apunté.

—¡Hey! Tranquilo, Jeremy, es uno de los nuestros —intervino Mouse en un jadeo, tomándome del brazo.

Lo miré expectante, él asintió. Me tardé un momento, pero al final obedecí y bajé el arma.

—Lo siento, pensé que eras... —lo estudié—. Bueno, un guardia, jeje —admití, algo nervioso.

—Descuida, tampoco tenía idea de que el propio hijo de Ixhel estaría de nuestro lado —comunicó Owen.

—Era mejor que todos permanecieran ignorantes al personal, así evitaríamos extraños comportamientos en el transcurso de los días, el objetivo era tener un perfil bajo, que Ixhel no sospechara, y funcionó —aclaró Mouse.

Luego de Owen, llegó Daisy, una de las especialistas en los laboratorios, tras ella llegó John, encargado del área de traslado de las anomalías, y...

Apareció Anabette.

Llevaba la ropa con la que convivía en Centinela, pantalón blanco, y suéter mangas largas del mismo color, todo holgado, sin embargo, debajo de esa fina tela pálida, se distinguía el equipo negro que le habíamos conseguido Mouse y yo. Llevaba un moño alto, un poco despeinado, y tenía cara de haberse levantado segundos antes.

Cuando nos vio a todos ahí, sus pupilas se dilataron en asombro, y sus esponjosas mejillas, usualmente coloradas, palidecieron. Miró a Mouse, él le devolvió un asentimiento de cabeza, muy propio de él, para indicar que todo estaba bien... Ella volvió a mirar con recelo a la multitud, pero irguió su espalda, relajó un poco sus hombros y comenzó a caminar, fijando la vista únicamente en Mouse, y musitó:

—Lamento llegar tarde, estaba... —vaciló un momento, y apenada admitió—. Me quedé dormida esperando que se hiciera la hora.

Ahogué una risa, y obligué a mi garganta a no soltar un suspiro; era la primera vez que la veía así... Sin que estuviera a través de una máquina, sin Sempiterno, sin Ixhel viendo y monitoreando sus actos... Esta era Anabette, mi Anabette, y era la cosa más hermosa que mis ojos hubiesen visto jamás. Porque si por medio de Sempiterno me parecía bonita, aquí, en vivo y directo, viéndola caminar y actuar, era perfecta, era... ella era maravillosa, y ni siquiera las estrellas que se alzaban en el cielo esa noche, iluminaban el paisaje nocturno tanto como ella.

Sus puños estaban apretados a sus costados, los nudillos casi blancos por la presión. Y supe, que Bette estaba usando toda su fuerza de voluntad para mantenerse con calma, serena y con un perfil bajo, que estaba haciendo demasiado al respirar el mismo aire que yo, que utilizaba demasiada fuerza de voluntad para no caerme a patadas ahí mismo. Y me ordené darle su espacio, porque eso era lo mínimo que yo podía hacer por ella.

Anabette.

¡Oh, por Dios sí es una trampa!

Fue lo primero que vino a mi mente después de reconocer al personal de Centinela, más aún cuando vi a Jeremy.

Miré a Mouse rápidamente, y él me respondió con una mirada tranquilizadora, algo que me hizo dudar un poco menos. Comencé a caminar hacia él, mientras echaba pequeños vistazos a quienes nos rodeaban, podía sentir el peso de sus miradas sobre mí, podía sentir los ojos de Jeremy, en particular.

Traidor, egoísta, desleal, mentiroso manipulador...

Un desfile de insultos danzaban en mi cabeza, pero los ignoré. Mouse me ordenó, repetidas veces, que debía ser objetiva, que debía tener la mente centrada en el plan de escape, y eso era precisamente lo que iba a hacer.

—Lamento llegar tarde, estaba... —vacilé, pensé en decirle una mentira, pero ya había suficiente de esas como para yo agregar una más, así que admití—. Me quedé dormida esperando que se hiciera la hora.

Que buena presentación a tus futuros aliados, Allen, espléndida.

—Tranquila —dijo Mouse, con una sonrisa—. De todas formas, no eres la última en llegar.

Y como si lo invocaran, la puerta se abrió, y un señor gordito y con bata blanca apareció en el umbral.

○○○

Al parecer, el señor era Thomas Nweman, un científico veterano, encargado del monitoreo de los nuevos aspirantes a ser pacientes de Sempiterno. El señor contaba con acceso a casi todos los edificios locales dirigidos por Centinela.

Todo era mucho más claro ahora. Entendía por qué a Mouse se le hacía tan fácil obtener información y todo tipo de cosas que necesitara. Contaba con una élite de aliados que permanecían siempre a un lado de Ixhel, trabajando juntos, codo a codo. Ciertamente ahora era más coherente que con cada movimiento y estrategia, Mouse estuviera siempre tres pasos delante de ella.

Esa noche, Mouse nos explicó a todos los últimos detalles del plan, repasamos una y otra vez las posibilidades, hablamos de como utilizar las armas nuevamente. Cualquier duda fue desintegrada, y todas las manos fueron alzadas para plantear sus hipótesis, sugerencias y teorías.

El plan estaba completamente listo, planteado y entendido. Así que ese día, a las diecinueve horas, nos alzaríamos ante nuestros opresores, con una alta posibilidad de morir. Sin embargo, estaba segura de que si partíamos, nos llevaríamos con nosotros el dulce sabor de la rebeldía y la justicia.

SEMPITERNO: Un Nuevo Inicio [Completa] ©✔️Where stories live. Discover now