Capítulo 43.

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Cárter.

La habitación en la que Cárter había entrado no había tenido nada emocionante para ver, era un almacén de basura en realidad, cuando salió de esa habitación, vio que Anabette, Katary y Axis estaban reunidos en una especie de ático que descendía en el corredor. Prefirió pasarlo por alto, dejar que se conocieran bien, que distrajeran su mente hablando entre sí, se abrió paso más allá en ese mismo pasillo, hacia una habitación de acero reforzado, que poseía una pequeña ventanilla de vidrio. La advertencia en la puerta decía que debía ser silencioso. No pareció problema para él, y entró. Habían cortinas de plástico protegiendo una especie de cama, la misma estaba vacía, se dijo que seguramente los demás voluntarios ya habían evacuado la habitación, comenzó a revisar un par de objetos encima de la cama vacía, había sangre seca y pedazos de piel, junto a la cama yacía una mesa, donde reposaban pedazos de carne en descomposición, las moscas y otros insectos comenzaban a atestar el lugar, el hedor empezaba a ser fuerte y sofocante. No había nada que le dijese quién había sido el desafortunado habitante de ese cochinero. Buscó entre las mesas, entre las sillas esparcidas por la habitación, dentro del modesto armario desgastado, y por entre las cajas que se apilaban cerca de la pared lateral. Pero no vio nada.

Repentinamente, se encaramó en una silla, y tanteó sobre el techo del armario, finalmente una carpeta cayó de la cima del armario. Era un expediente, al fin obtendría información, se apoyó contra el armario. Y se dispuso a leer las palabras sobre el papel.

Se trataba de una chica, su nombre era Alicia, de diecinueve años. Había estado en cautiverio diez años, había sido encontrada en el bosque, convaleciente y herida.

Su anomalía era diferente a las demás, diferente a cualquiera que Cárter hubiese visto, o que siquiera se hubiese imaginado, y eso que él había visto millones de anomalías pasar por las manos de Ixhel y los doctores que operaban en Centinela. La niña Alicia, había sido expuesta a experimentos con animales, con enfermedades zoonóticas incontrolables.

Alicia, tenía mutaciones animales en su cuerpo, tenía dientes tan afilados y mortales como un felino, poseía cola de lagarto y sus habilidades de regeneración de extremidades, el cabello en su cabeza era de un gris ceniza como el pelaje de los lobos que reinan en los helados bosques, y se extendía por entre sus brazos y su cuello. Su visión también era algo que había sido mutilado, el iris de sus ojos distaba mucho de parecer humano, era alargado y rasgado como los ojos de un gato, visión nocturna y garras de un león, o de un carnívoro mucho peor.

Cárter leía todas sus descripciones con creciente horror en su corazón, se sentía incapaz de moverse, incapaz de salir de la guarida de esa bestia, incapaz siquiera de dejar de leer. En sus descripciones psicológicas, decía que las lagunas mentales en su cabeza la privaban completamente de la posibilidad de razonar con cordura, había perdido todo sentido común, toda humanidad que pudiese aún habitar en su interior. Cárter sintió miedo, miedo de que otros casos como este posiblemente estuviesen ocultos y esparcidos entre el mundo.

También sintió miedo de algo más, pavor que pronto se incrementó:

La cama frente a Cárter se sacudió, y miedo inundó su pecho. Posiblemente hubiera atribuido el estruendo a un posible ataque con armas, pero sabía que la pelea había terminado, y los demás cuarteles de Centinela no eran tan rápidos, no estaban tan cerca, ni eran tan tontos para entrar con todo el equipo de Ederdig metido hasta los cimientos del edificio.

No, definitivamente, lo que había sacudido la cama, era otra cosa, y Cárter podía imaginarse de qué o de quién se trataba. Rápidamente sacó el arma de su funda, justo a tiempo antes de que la cosa se manifestara y se lanzara por él. Cárter saltó y corrió y la esquivó, la cosa se encorvaba en el suelo y bufaba como un toro al que pican con una vara y tientan con una bandera roja. Era tal y como en el expediente se describía, solo que la locura en sus ojos era brutalmente aterradora, de una manera indescriptible. Cárter llegó cerca de la puerta de salida, no se atrevió a abrir la puerta y poner en riesgo a sus amigos afuera, pero, en un rápido movimiento, disparó al cristal de la ventana que voló en miles de pedacitos. La creatura, Alicia, enloqueció y enfureció cuando escuchó el disparo, aulló, en un sonido alto, agudo y lanzó un zarpazo al pecho de Cárter que fue incapaz de esquivar; la tela de su chaqueta se abrió en tres limpios cortes, y la sangre de su pecho comenzaba a brotar de su piel y fundirse con el marrón de su uniforme.

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