Capítulo 30.

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Un momento de insensatez

Puede ser nuestro momento más hermoso.

-Oscar Wilde.

-¡¿NIÑA, A DÓNDE DIABLOS PIENSAS IR?! -exigió Daisy, en un fuerte y demandante grito.

-¡Jeremy y Owen se han quedado atrás, debemos ir a buscarlos! -devolví.

-¿Y piensas que sola los vas a ir a rescatar? -preguntó, caminando en dirección hacia mí-. Entiendo que no sabes nada de nada, pero esto no es Disney, nena, y más te vale no hacértelas del héroe solitario porque solo ganaras que nos maten a todos. Somos un equipo, y por lo tanto, debemos actuar como tal ¡John, cúbreme la espalda! -comandó y comenzó a correr hacia el callejón, con John detrás de ella.

-En ocasiones Daisy puede parecer grosera, hostil y dura. Pero sabe lo que hace, la disciplina, la claridad mental, y la determinación son quienes te hacen vencedora en una guerra. Tener espíritu guerrero ayuda, pero sin autocontrol y sensatez que lo compensen te volverás una suicida -escuché que decía Mouse detrás de mí.

Me volví hacia él.

-Sí, entiendo, lo siento. Fue una estupidez.

-¿Esto tiene que ver con el sueño que tuviste esa vez? -caviló, alzando una ceja.

-Eh... yo, algo así -sacudí mi cabeza-. Es que, todo esto... estaba pasando todo exactamente igual, Mouse, y...

Vi que los ojos de Mouse se abrieron drásticamente y me volví para ver qué era.

Era Owen, con la camisa manchada de sangre.

Y eso fue lo único que necesité, nuevamente, para mandar absolutamente todo a la mierda y echarme a correr.

Daisy venía detrás de él, y cuando me vio pegando esa carrera intentó tomarme del brazo, pero la esquivé y seguí corriendo.

Hasta que lo vi, mis rodillas flaquearon y el alivio me invadió. Seguí avanzando hacia él.

Llegué bastante cerca, él estaba de espaldas, y tenía un gran zarpazo en su bícep derecho.

-¿Te encuentras bien? -pregunté. Solo un rocío de mi voz fue lo que logré oír.

Jeremy se volvió rápidamente hacia mí, en un movimiento torpe. Alzó las cejas al verme allí, meneó la cabeza y gesticuló.

-Eh... si -señaló su hombro-. Solo es un pequeño rasguño donde rozó un disparo, pero créeme que el atacante quedó peor que yo -se movió un poco, y detrás de él pude divisar a uno de los guardias tendido en el suelo en un rio de sangre a su alrededor, el olor de la sangre cocida por el sol le dio un toque mucho más repulsivo a la escena-. Gracias por...

No dejé que terminara, porque en medio de la adrenalina, con el corazón desbocado por el pánico, y el haber pasado por la incertidumbre de saber si moriría o no. Acorté la distancia que nos separaba y envolví mis brazos alrededor de él, en un gran y sincero abrazo de alivio, sintiendo la calidez de su piel, su olor, y el acelerado latido de su corazón, como un colibrí debajo de la piel, que me confirmaba que seguía ahí, conmigo, con vida.

Jeremy Clarckson.

Punzada.

Eso fue lo que sentí, una gran y fuerte punzada en el corazón. Mucho más fuerte y dolorosa que la que tenía en el hombro. La herida y el dolor en este último, esa punzada irrefrenable que sentía, era el sufrimiento de la carne, músculos contrayéndose, piel intentando regenerarse, y una constante lucha celular en mi sistema, yo no tenía control sobre ello, solo debía dejar que actuara y ya, al final terminaría sanando o matándome, no dependía de mí, al menos no de una manera consciente. Pero esto, ¿Qué debía hacer? Yo quería seguir ¡Dios! La había extrañado tanto. Mataría por seguir así infinitamente, pero ¿Era lo correcto?

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