Capítulo 15-2.

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¡Holis!

Este es un capítulo adicional de la nueva edición.

Jeremy.

No era consciente de cómo ni cuándo ese sentimiento había surgido. No entendía por qué la vida estaba siendo en parte buena, y en parte una sádica inconsciente que permitió que mis sentimientos hacia Anabette fuesen correspondidos. Aunque la parte mezquina dentro de mí estaba llorando de alegría, las cargas del pasado y del presente seguían ahí, ensombreciendo mi ahora no tan desdichado futuro. Los días con Anabette se habían vuelto exquisitos y valiosos como una lluvia en medio de una desoladora sequía. Su risa, su compañía y su cercanía avivaban una llama de esperanza dentro de mí, una que se había esfumado hace tanto tiempo.

Aunque el miedo me invadiese, la necesidad de estar con Anabette era más fuerte, hacerla sentir bien era todo cuanto necesitaba para que, tan solo un poco, la culpa se disipara. Estaba dispuesto a conseguir una solución para todo, y contarle la verdad ya no era una opción, no podía someterla a eso, no por ahora, cuando estaba tan decidida a seguir viviendo su propia vida.

Conocerla fue como haber encontrado una gran fortuna en un lugar en ruinas, donde los escombros amenazaban con caerte encima y destruirte junto con ella. Ahora, ya no había escombros, ya no estaba en ruinas, y la vista era totalmente deslumbrante.

La recepcionista movía sus dedos, tecleando como loca algo en su computadora. Siempre había creído que ese tipo de cosas era algún tipo de fetiche de la mayoría de las administradoras, tal vez el sonido de las teclas las tranquilizaba, o era alguna manera de atormentar o intimidar a los demás. De cualquier modo, teclear deliberadamente como un maníaco no era posible, ni por más años de experiencia que tuviese la cajera. Anabette seguro había notado mi desespero ante el tecleo ensordecedor, o tal vez pensaba lo mismo que yo, porque una risa amenazaba con brotar de sus labios. Intentando desviar su atención, dijo:

—Ojalá mamá cocine de más esta noche —sabía que en este establecimiento no comería más que polvo de zapatos desgastados. Aparentemente, una de las pequeñas terapias que Anabette había encontrado en internet, consistía en buscar alguna distracción que la apasionara. Anabette había sopesado un par de opciones, pero la que más la animó, me contó, fue el baile.

El baile había sido una especie de sueño imposible de alcanzar, uno que su estado de inestabilidad no la dejó realizar. Ella había anhelado ser bailarina y enseñar todo lo que sabía a niñas tan enamoradas de la música y los sonidos como ella.

El sueño había muerto, pero su pasión no se había ido jamás, y cuando se sentía bien, cuando nadie la veía, ella bailaba. Danzaba por toda su casa, bailando y olvidándose de todo mientras sus pies se movían y su mente fantaseaba.

—Cuando salgamos prometo llevarte a un lugar increíble: hay ojos de pescado a la tártara, y sirven una sopa de rata exquisita —hacía una semana que Anabette y Lorie nos habían obligado a Will, Elise y a mí a ver una maratón de la saga de Shrek, porque Will había perdido una apuesta contra Anabette, que había condenado al resto de nosotros a ver lo que ellas quisiesen.

—No sé si reírme o vomitar, entendí esa referencia —aclaró, con notoria diversión.

—Si no la entendías juro que te dejaba plantada aquí mismo —bromeé. Porque a decir verdad, esas películas eran un icono en el cine.

—Qué vanidoso resultó ser el señor Clarckson —bromeó, alzando una ceja.

—Soy exigente —respondí, viéndola por el rabillo del ojo.

—No tanto, después de todo estás aquí conmigo.

—No digas eso, Bette, tú eres...

—Está todo en orden, pueden pasar —interrumpió la recepcionista.

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