Capítulo 13-2.

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Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos.

—G.K CHESTERTON.

Jeremy.

Toda mi vida había visto incontables paisajes, el trabajo de mi madre nos obligaba a mantenernos en constante cambio. Nunca teníamos un rumbo fijo o una ciudad realmente estable; eso me permitió conocer muchísimos lugares exóticos, con millones de estructuras enormes, y diferentes culturas; desde sitios rurales, urbanos o futuristas. Viví la mayor parte de mi vida rodeado de cambios, conviviendo entre distintas personas, todas hermosas, con pieles cremosas, oscuras, claras... en fin, personas de todo tipo.

Eso me permitió tener la certeza, de decir, que ninguna, ni la más mínima maravilla que existiera allá afuera, se comparaba con la belleza, la ternura y la calidez que me ofrecía simplemente ver a Anabette. No sabría cómo explicarlo, con ella mis emociones no tenían un rumbo fijo, sentía como si danzaran dentro de mí, en un rito de alegría sin fin.

Conocí a Anabette hace años, mucho antes de que ella siquiera supiera de mi existencia, y ver su enorme cambio; de pasar de ser una pequeña niña frágil e indefensa a ser una mujer que luchaba día a día por ser alguien resistente. Para mí se sintió como si cayera de un rascacielos enorme y me estampara de boca contra el pavimento. Contra la verdadera realidad de quién era ella. Anabette me había impresionado, más de lo que ella podría llegar a imaginarse. Primero la admiraba, justo ahora podría aventurarme a decir que quizá la amaba. Siempre pensé que tal vez estaría condenado a sentir esto, a ver a Anabette a través de una barrera de cristal. Ahora tenía la oportunidad de verla, frente a frente, me había dejado entrar en su vida y yo le agradaba, le agradaba, y a aveces me parecía difícil de creer.

—¿Sobre mí? —manifesté, aún un poco aturdido.

—Ajá —asintió—, quiero que me cuentes quién es Jeremy Clarckson en realidad.

—Pues, soy... yo —declaré torpemente.

¡Esplendido, el gurú del amor!

Deseaba no soltar alguna tontería sobre mí, o sobre mi familia. Con eso arrastraría toda la telaraña de mentiras en la que, tristemente, estoy involucrado.

Anabette soltó una carcajada.

Me voy a desmayar si se me acerca.

—¿Quieres saber qué es lo que yo veo?

—Me encantaría —proclamé, sonriendo como estúpido.

Controla tus hormonas, Jeremy. Ten cordura.

—Veo a un chico que no ha sido del todo honesto —mi corazón se paralizó, el miedo me inundó. Pero ella continuó—. Un chico que tampoco está bien del todo como asegura.

—¿Por qué piensas eso?

—Intentas verme la cara de estúpida, ¿Crees que no me he dado cuenta? —entré en pánico, no era posible, no podía saberlo, no existía manera de que se hubiera enterado—. Crees que no me he dado cuenta que... ¿Te comiste mis hotcakes, Roberto?

¿Qué?

Dicho eso, ella comenzó a reírse, y a hipear.

Esto lo explicaba todo. Estaba ebria.

—Anabette ¿Qué diablos tomaste allá adentro?

—Juguito —confiesa, desviando la mirada hacia otro lado.

—El «juguito» no te pondría en ese estado, ya en serio ¿Qué tomaste?

—No lo sé, algo que me dio Will.

—¿Eres consciente de que si estás tomando medicamentos no puedes consumir alcohol?

—¡Ya te dije que era jugo! ¡No sabía que tenía alcohol! —expresó, con los ojos desorbitados y el sudor comenzando a caer por su frente.

—Debes irte a tu casa, Anabette, tienes que irte —le ofrecí mi mano—. Te llevaré.

—Mamá y papá se molestaran si llego con un hombre y ebria.

—Entonces debes ir a tomar aire fresco, para que se te pase, luego volveremos.

—¿Me lo prometes? —preguntó, haciendo un puchero.

—Sí, Anab...

—¿Por el meñique? —interrumpió, alzando su dedo meñique.

No entiendo qué tenía Anabette que siempre me hacía sonreír como un tarado, y además, actuar como un tarado.

—Por el meñique. —declaré, y entrelacé su dedo con el mío.

○○○

La llevé a un parque, no muy lejos de aquí. Era tranquilo, y se respiraba el mejor aire fresco del mundo. De camino allí, Anabette fijó su mirada en la ventana del auto, no habló mucho en todo el camino, solo se reía con las cosas que iba viendo pasar. La luna se alzaba en el cielo, esporádicamente los búhos cantaban, la brisa soplaba fuertemente y la vista era hermosa.

—¿Así que eres hijo único? —indagó Anabette, de pie junto a mí. Había pasado una hora, no estaba completamente lúcida, pero iba por buen camino.

—Sí, mi padre nunca quiso más hijos, y mi madre... No quería arriesgarse, su trabajo era de alto riesgo y no necesitaba otra carga, conmigo tenía suficiente.

—No creo que tu madre te considerara una carga.

—Yo no sé en realidad qué pensaba mi madre —esa fue la confesión más sincera que hice esa noche.

—Entonces, si pensaba que eras una carga, estaba loca.

—¿Ah, no? ¿Y qué pensarías tú si fueras mi madre? —indagué interesado, alzando una ceja.

—¡Que hijo más hermoso he hecho! Buen trabajo útero —confesó, gesticulando con su mano.

Eso me hizo sonreír abiertamente.

—¿Hermoso, eh? Quién diría que tendrías que estar agonizante de alcohol para que dijeras algo así.

—No estoy tan ebria. Sí creo recordarlo mañana, y creo que me mataré por ello.

—¿Y por qué no simplemente te retractas?

—Porque he dicho la verdad —verbalizó, dejando de caminar y volviéndose hacia mí, dio un paso al frente, acortando la poca distancia que nos separaba.

—¿Qué estás haciendo, Bette?

—Algo que... —sacudió la cabeza—. La verdad no estoy segura, pero en definitiva es algo que no haría sobria —aseguró, y su mirada oscilaba entre mis ojos y mis... labios.

Oh no.

Y por más que lo deseara, no podía dejar que eso sucediera, ella estaba ebria y vulnerable, y aunque estaba muriendo de ganas por cerrar sus labios con los míos, no podía hacerle eso, no podía aprovecharme de ella en estas condiciones.

SEMPITERNO: Un Nuevo Inicio [Completa] ©✔️Where stories live. Discover now