El sabor a muerte.

1.4K 81 37
                                    


Sabes que tu vida está hecha una desgracia cuando, embarazada, con un problema mental, estás encerrada sufriendo cada noche con los demonios que te atormentan.

Sin familia: sin tu madre que antes, cuando aún eras una adolescente, te decía que tus problemas de alguna manera se iban a arreglar. Y ahora, sabes, que si te lo dijera, sabrías que son palabras en vano, ya que la herida del corazón y del alma jamás se va a poder sanar, porque es como una gangrena, que te pudre poco a poco hasta que ya no hay remedio, ni porque tengas la voluntad y el deseo.

Sin tu única hermana que, aunque fuera indiferente con todo, cuando te escuchaba llorar, se sentaba a tu lado, haciéndote la compañía perfecta, con el silencio perfecto, con el calor perfecto, que al final terminaba con sus simples palabras de: "deja de ser cobarde, y no llores por estupideces"

Sin un padre con el suficiente valor para venir a verte, para asumir que su hija tendrá a los gemelos que crecen en su vientre cada día más, que están por nacer y que te provocan lagunas mentales horribles que no sabes controlar, pero que podrían mejorar si él te apoyaría sin excusas.

Sin el amor de tu vida, que creíste que de verdad lo era, y que llevabas meses queriendo justificarlo para que el odio hacia él no creciera. Porque el vivir una violación, múltiples veces, te hace generar una conexión más allá con aquella chica que, presumiendo su cuerpo, te había gustado, y te había caído bien, sin saber que de pequeña, él, la había violado de una manera que, desafortunadamente, te tocó escuchar mientras te abrían de piernas, se introducían dentro de ti, cortando la piel de tus muslos jodiéndote a niveles extremos.

Sin tu tía favorita, que tiempos atrás era tu favorita, pero que cuando se enteró que habías tenido sexo te trató como la lacra más asquerosa que había visto en su vida. Cuando que tú, desde pequeña, habías cuidado de tu cuerpo, de tu dignidad, de tu castidad que jamás se fue solo por haberte entregado a alguien que amabas como loca.

Sin nadie, efectivamente sin nadie en quien apoyarte para sobrevivir, para no agarrar las navajas que escondías bajo tu cama y que agarraste esa noche, porque ya no podías más, ya estabas al borde del abismo y quisiste simplemente terminar con eso.

Sin nadie que te interrumpiera al momento en que la punta filosa cortó la piel de tu muñeca izquierda, provocando un piquete que no te ardió, pero que no te dolió, ya que el dolor de tu corazón era mucho más fuerte que eso.

Sin nadie que te tranquilizara cuando viste caer un montón de sangre al suelo, alterándote, induciéntdote tú misma a un colapso mental, a una crisis de nervios que se empeoró aún más cuando los dolores en tu espalda baja te atacaron.

Los bebés venían, y no había nadie a tu lado que los recibieran. Pasaste horas gritando por esas contracciones adelantadas por los cortes que te habías hecho en la muñeca, perdiendo así las pocas fuerzas que tenías. Te pusiste débil, y fue allí cuando te sentiste aún más miserable por querer rendirte, por hacerlo a ese punto del embarazo, luego de nueve meses dónde ellos crecían y aguantaste a pesar de todo, era un acto cobarde de tu parte. Te sentiste hipócrita por no quererlos tener en ese instante, cuando que en aquel tiempo tuviste la oportunidad de abortarlos y no lo hiciste.

Tu cuerpo sudaba frío, el dolor era terrible, jamás lo habías sentido y lo odiaste con todo tu ser dañado. Odiaste las contracciones de parto, y te odiaste aún más a tí misma, mirabas la herida abierta en tu muñeca y te rendiste, te dejaste caer al suelo, con las piernas abiertas y las caderas ardiendo de dolor.

Miraste al cielo de concreto, entre la oscuridad de la pequeña habitación en la que estabas. El piso estaba frío, temblabas de miedo y tú sufrimiento se volvió contiguo, parte interna de tí y tan íntima como quien desea guardar.

Hacia lo Prohibido ©Where stories live. Discover now