Capítulo 8

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Él ya estaba ebrio.

Esa noche lluviosa de sábado fue una de las que lo marcó, probablemente, para toda su vida. Una noche que siempre le recordaría que por más ebrio que estuviera no debía perder la cabeza, ni por una chica, ni por una decepción, ni mucho menos por alguien que se hacía llamar amigo.

No lo podía creer, es que ¿Quién podría creer así de fácil que su amigo se había acostado con su novia? Nadie, a nadie le pasaría tan siquiera por la mente.

Pero ahí estaba él, viendo frente a la ventana de aquella habitación, la cual, albergaba a su novia y a su amigo. Quienes eufóricamente tenían sexo, ella en cuatro y él de rodillas en la cama, arremetiendo sin piedad contra las nalgas de aquella chica que se hacía llamar fiel y decente. Aquella misma que él amaba con todo su corazón, es que, le había entregado por completo su corazón y a ella no le interesó en lo más mínimo, y allí... bajo la fría lluvia, él realmente se sintió traicionado, ¿quién no?

Su error fue pensar y actuar con rabia, él creyó ser inteligente al esperar y mortificarse al seguir observando hasta el momento en que ellos se cansaron y acabaron, dio vuelta sobre sus pies y tomó en sus manos con rabia la botella de cerveza para seguidamente beber de un solo trago todo el líquido, que ya ni lo sentía su garganta. Se maldijo a sí mismo por no haber notado lo que pasaba entre aquellos dos seres, si todo era tan evidente.

Entró nuevamente a la cabaña en la que aquella fiesta transcurría en su mejor momento, tiró al suelo el envase provocando un chirrido que alertó a algunas pocas personas, a esa otra chica.

Sus ojos no veían nada más que no fuera el buscar a su novia, la necesitaba ya, su mente ebria le pedía a gritos tenerla frente a él y hacerle saber que ella era solamente de su propiedad y de nadie más, hacerle saber por qué no podía meterse con algún otro hombre sin salir ilesa en el camino. Algo que él no haría si estuviera en sus cinco sentidos cabales.

Luego de recorrer la inmensidad de la cabaña, la encontró, sí, la encontró y todo en él se contrajo en ira pura, en dolor, en decepción. Su corazón estaba herido y no sabía cómo manejarlo, nunca había sabido cómo. Ella estaba como si no hubiera estado en la cama con su amigo, tomando un refresco lo más relajada posible, hablando con otras personas que él nunca había visto en su vida, llegó a dónde yacía y, ella al notarlo le sonrió tan dulcemente, una sonrisa que si en otro momento hubiera sido lo hubiera derretido, pero ahora lo único a lo que se le antojaba era una sonrisa llena de descaro e hipocresía, llena de mentiras y, le dio asco, un asco que nunca había sentido por ella.

—Hola mi amor —le había dicho ella con la voz más inocente que podía fingir.

Ella sí sabía en su interior lo que había hecho, se sentía diferente, por muy a pesar de haberlo disfrutado demasiado gimiendo como gata.

Él no podía creer que aún tuviera el descaro de llamarlo así, ¿cuánto tiempo venía viéndole la cara de estúpido? ¿Cuánto tiempo más pretendía ella seguir con todo eso? Sin embargo, él no se detuvo a pensar en eso, en su lugar, tomó del brazo a su novia lastimándola en el proceso, la jaló con brusquedad dejándola a su lado para después obligarla a caminar fuera del espacio en el que estaban.

—¡Suéltame! —le gritó ella forcejeando con él por la fuerza que éste imponía en su brazo.

Por más absurdo que sonara, ella no sabía el porqué del actuar de su novio, lo habría sabido si en aquel momento hubiera notado su presencia en la ventana, pero no, ella estaba sumergida en el éxtasis que le provocaba su mejor amigo, el mismo que también era amigo de su novio. Era sin vergüenza, ella lo sabía. Pero aun así se dio el lujo de enojarse y alegar con él por lo que estaba haciendo, por obligarla a caminar por la oscura noche ya fuera de la cabaña.

Hacia lo Prohibido ©Where stories live. Discover now