5. Tres chicos...

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Tres chicos:
Uno al que debemos poner en su lugar.
Y dos que ocultan algo:
Uno algo malo y peligroso.
Y el otro algo extraño y misterioso.

—¿Tú estás aquí a las siete de la mañana? Que milagro —Harold tomó asiento a mi lado en una de las mesas de la cafetería—. ¿Pero por qué esa cara?

Llevé mi mirada hacia él —¿Será porque son las siete de la mañana?

Me quitó el emparedado que tenía en las manos y le dio una mordida —Bueno, pero arriba los ánimos. Finge por lo menos.

—Hablando de fingir... Dijo que sí.

—¿Quién? —preguntó con la boca llena.

—El antipático de Eliot.

Tragó con fuerza y estuvo por hablar pero tosió, le extendí mi jugo de pera y bebió un poco.

—Espera, ¿hablaron ya?

—Bueno, sí. Hablamos. Pasivo agresivamente pero lo hicimos.

Harold me miró con los labios entreabiertos y con una migaja de pan sobre la comisura del labio, asintió pensativo —Okey, okey. Así que te ayudará, jum... pensé que sería más difícil.

—Si Eliot no se hubiera metido a mi casa y Jonathan no hubiera llegado en ese instante creo que si hubiera sido más difícil, o sea fue difícil créeme Eliot es un grosero de primera, tiene unas caras —torcí el gesto—. Mil expresiones faciales que demuestran lo mismo: odio y fastidio.

Él parpadeó varias veces —¿Qué? ¿Cómo que Eliot se metió a tu casa y Jonathan llegó?

Me encogí de hombros y le expliqué todo, desde que Eliot apareció en el pasillo hasta que Jonathan posteo la foto. Harold se comió todo mi emparedado y se bebió todo mi jugo mientras le contaba.

—Wau, no sé. Siento que tu única buena elección en lo que a hombres concierne soy yo... —me hizo saber—. Y Clay.

—Estoy de acuerdo. Pero en serio eso me hizo pensar bastante...

—¿Lo de que nadie sabe nada de Eliot? Te dije que no me da confianza.

—Y eso mismo dijo la rata. Pero si nadie conoce a Eliot no hay razón para juzgarlo. Es grosero, antipático y tengo la sensación de que es de los que no llora cuando muere un perrito en las películas. Pero realmente no sabemos nada de él para etiquétalo de "mala persona"

—¡Harold!

Ambos dirigimos la atención hacia la entrada de la cafetería, dos de los chicos de las apuestas de ajedrez estaban ahí, de pie con la mochila a la espalda.

Uno se señaló la parte superior de la muñeca casi indicándole a Harold que se hacía tarde para algo.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—Olvidé que tengo un compromiso —se puso de pie, se llevó la mochila al hombro y tomó su celular—. No te vayas sola a casa estaré aquí antes de la salida para ir juntos, ¿te parece bien?

Volví mi atención hacia los dos chicos y estaban mirándome mientras se decían algo. Se veían serios.

—Madi... —miré a Harold.

—Sí, me parece bien. Tranquilo —me puse de pie—, igual debo ir a clases.

—Vale, nos vemos después —me dio un beso en la mejilla y caminó hacia esos dos chicos, cuando llego a ellos los tres empezaron a caminar.

Pero los dos chicos miraron hacia mí por encima de sus hombros un par de veces mientras se alejaban.

Nunca me han dado buena espina. Ninguno de ellos.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora