28². El hombre de ojos violetas.

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¡Cuidado! Estás en el terreno del hombre de ojos violetas, Eider Lacroix.

El silencio reinó cuando él apareció, acaparó toda la atención... Y llenó todo el lugar de una espesa tensión que me taladro los huesos.

Un hombre alto, fornido, de brazos fuertes y bien vestido bajo por las escaleras. Llevaba un pantalón negro y un saco a juego, ambos perfectamente planchados, cargaba puesta una camisa blanca impecable de botones por delante. Le ajustaba el pecho a la medida. Tenía una corbata de color rojo vino.

Se paso la mano por el cabello negro y corto, lo tenia sutilmente blancuzco por un par de canas. Pude ver que tenía una barba perfectamente afeitada, y su muñeca derecha era abrazada por un elegante y caro reloj plateado.

—Puta madre —jadeó Harold.

Ese hombre se movió despacio, con calma y seguridad, derramando poder y elegancia, ni siquiera se esforzaba era como si lo cargara en las venas. Pronto su atención se centró en Eliot, mi corazón se aceleró cuando lo vi tocar el suelo con sus zapatos elegantes.

Pero todo fue peor cuando pude verle el rostro a la distancia y lo vi esbozar una sonrisa lenta y torcida, llena de una inquietante satisfacción. Su postura era perfecta.

—Eliot... —dijo ese hombre con voz grave, mi piel se erizó en peligro al instante.

Miré a Eliot, él mantuvo su frente en alto y se acercó a ese hombre, se acercó lento y con indiferencia.

—Eider... —pronunció con aburrimiento.

Estaban cara a cara, eran de la misma altura, eran... Eran casi iguales. Eran dos copias. Eliot no es tan fornido como él, pero eran bastante parecidos, ver al padre de Eliot era como ver a Eliot dentro de unos treinta años.

—Es el papá —susurró Harold.

—Es exactamente igual.

Mi corazón latía tan rápido que me empecé a sentir sin aire. Eider dejó ir una risa silenciosa, miró a Eliot de arriba hacia abajo y luego nos miró a nosotros un instante sin mucho interés.

Algo en sus ojos me pareció extraño. Pero había quitado la mirada muy rápido y no pude ver el que.

—Veo que no vienes solo —volvió a sonreír—. ¿Quiénes son tus invitados?

Su español era perfecto, pero había un acento que delataba su nacionalidad.

—No vine aquí para presentarte a nadie —zanjó Eliot.

Eider dejó ir una risa gutural y controlada, metió su mano derecha al bolsillo de su pantalón y levantó izquierda dejándola a la altura de su pecho, empezó a jugar con un anillo plateado que abrazaba su dedo índice, un anillo de bodas.

—Me parece que continúas algo dolido por aquel malentendido de hace meses —suspiró con burla.

Más incógnitas empezaron a llegar a mi cabeza alimentando mi curiosidad.

Eliot lo miró de forma despectiva mientras sonreía con mofa —Tengo mi cabeza en cosas importantes y lamento infórmate, padre. Que tú no eres una de ellas —espetó con arrogancia.

Eider no dejó de sonreír y mirarlo a los ojos.

—Nunca lo fuiste y nunca lo serás —finalizó Eliot.

Eider ahogó una risa —Auch, eso es cruel —se inclinó hacia él y Eliot dio un paso atrás, Eider sonrió satisfecho y volvió a enderezarse, ladeó la cabeza con suavidad y preguntó—: ¿Qué pensarán tus amigos de ti?

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora