24². La tengo escrita en la piel, Señorita Mintz.

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Las cosas están bien, no por mucho, pero ahorita están bien.

Llegamos al hospital, Eliot se veía exaltado. Bajamos del auto y fui yo quien cargó a Saimond en brazos hasta el hospital, Eliot caminaba a mi lado. Toco el botón del ascensor con desesperación.

—Juro que si se atreve a querer llevárselo voy a...

—Shhh —musité, Saimond se removió en mis brazos—. No puede intentar llevárselo, lo dejó, no puede simplemente volver y querer llevárselo, es un drogadicto y alcohólico ¿no? Será fácil evitar que se lleve el niño.

El ascensor se abrió.

—Y si lo intenta, igual, no lo permitiré.

Entramos al ascensor y las puertas se cerraron, nos elevaron hasta el piso indicado, Eliot estaba inquieto, recordé sus pastillas, lo qué pasó en casa y su trastorno.

Si perdía el control todo podía salir mal.

El ascensor se abrió, la enfermera esperaba por nosotros.

—¿Dónde está? ¿Cómo llegó aquí?

—Está con el doctor —aseguró la enfermera—. No sé cómo llegó aquí, pero quiere llevárselo, lo está exigiendo.

—No puede hacerlo —aseguré—. Él lo dejo a su suerte.

—Dijo que llevaría todo a la ley.

Eliot frunció el ceño —¿Qué? Pero...

—No, doctor. No quiero esperar más, quiero a mi hijo.

Un hombre salió del consultorio del doctor, no se veía tan descuidado como lo imaginé. Vestía informal pero bien, tenía el cabello oscuro y largo hasta el cuello, era esbelto y se parecía un poco a Shaggy de Scooby Doo, solo que este sujeto no se veía agradable.

Eliot giró hacia mi cuando el hombre nos vio —No lo dejes solo, por favor —me pidió y miró a la enfermera—. Llévalos al último piso.

—Sí, joven.

Empezamos a caminar de vuelta al ascensor.

El hombre, delgaducho y alto se acercó por el pasillo —Oigan, ese es mi hijo.

—Mantenga la calma señor es un hospital de niños.

Vi a Eliot permanecer quieto en su lugar, esperando que el hombre se le acercara lo suficiente. Pude haber visto u oído más pero las puertas del ascensor se cerraron.

Miré a la enfermera.

—No puede llevárselo ¿verdad?

Ella miró a Saimond que aún dormía —Sí puede, es su padre.

—Pero no lo cuida adecuadamente.

—Lo sé.

—¿Eliot puede hacer algo? ¿O ustedes?

Las puertas se abrieron , salimos a un piso tan colorido como el anterior, habían pelotas gigantes de colores y globos en el techo.

—El joven Lacroix quiso tratar de pedir la guarda y custodia del niño pero es menor de veinticinco. No puede hacerlo. El gobierno sería capaz de devolverle a Saimond a ese hombre solo por ser su padre. Es la ley.

—Pero no es justo.

—La ley jamás será justa y tampoco correcta.

Caminamos hasta una habitación, en mi mente solo le pedía a Dios que Eliot estuviera bien y en control. Recosté a Saimond en la camilla de una habitación.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora