24. No dejes de abrazarme, Madison.

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¿Me amas?
Tanto que duele.

Me removí sobre la cama despacio, dejé ir un bostezo y estiré las piernas y brazos, cuando mis brazos recorrieron el colchón no sentí a Eliot, abrí los ojos y no estaba junto a mi. Estaba sola.

Miré a mi alrededor, estaba oscuro, tomé mi celular y marcaba las cuatro y media de la madrugada, es jueves 15 de marzo, hoy iremos al parque de diversiones con Saimond.

Pero... No ver a Eliot en la habitación me alarmó un poco, me levanté y salí hacia la cocina, luego hacia la sala, no había nadie.

Me froté la cara y volví hacia la habitación, tomé mi teléfono y lo llamé, su teléfono estaba encima del mueble de las fotos de su madre.

De repente la puerta del baño se abrió, Eliot pareció haberse dado una ducha. Lo miré extrañada.

—Son las...

—Vuelve a dormir, Madison —su voz sonó ronca, como si hubiera llorado.

—¿Estás bien?

Pasó de largo hasta el guardarropa, ya llevaba puesto un buzo gris, tomó una camiseta blanca y se la puso, luego empezó a secarse el cabello con la toalla, se acercó a la cama y se llevó una almohada.

—Oye —lo miré confundida—. ¿Qué pasa?

Se dirigió a la salida sin hacerme caso, me acerqué y lo tomé del brazo —¿A dónde vas?

—Madison, estás preguntado mucho.

Fruncí el ceño —¿Qué? Eliot, vas a dormir a la sala, ¿qué demonios? Creo que debes decirme qué pasa... ¿Fue por algo de la fiesta? ¿Hice algo? Si fue eso, dime. A veces hago cosas estúpidas y no me doy cuenta, yo...

Se zafó de mi agarre y me miró, tenía las mejillas y la piel debajo de los ojos algo rojiza. Exactamente como cuando llora.

—Creo que me equivoque —balbuceó.

—¿Ah?

Negó y abrió los brazos —Madison, no debí... Yo... —suspiró y desvió la mirada—. Debes irte.

Quedé muda, y más confundida.

—¿Irme? Yo... No entiendo qué pasa...

Se veía inquieto, de la misma forma en que se veía antes de ayer, antes de que fuéramos al puente.

Su mandíbula se tensó —Solo duérmete, no hables, vuelve a la cama, cierra los ojos y duérmete. No es difícil.

Me reí —Oye, no sé qué carajo pasa contigo pero si no quieres que piense que eres un imbecil debes hablar y contarme qué te sucede —mi voz fue más firme de lo que quería, suspiré—. Eliot necesito que me digas qué te pasa, podría ayudarte o...

Se burló —¿Ayudarme? —se acercó a mi—. ¿Ayudarme como?

—No sé, por eso quiero que me digas qué te pasa.

Casi parecía luchar contra algo, como si quisiera decir algo pero no pudiera, como si le costara pronunciar alguna palabra, y lo único que hizo fue decir:

—Solo quiero que te vayas.

Y fueron cinco palabras, y las cinco dolieron como no tienen una idea.

Ni siquiera me estaba mirando cuando dijo: —No quiero que estés aquí.

Y si lo que dijo antes dolió esto fue aún peor.

Di un paso atrás, sentí una punzada dolorosa en el estómago, asentí despacio y traté de buscar una explicación lógica a su actitud, traté de recordar si hice algo o si dije algo.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora