12. Chale ¿ya la cague verdad?

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Ah... Entonces era por eso.

Salí del auto y fui tras él con mucho cuidado, una vez entre al hospital quedé impresionada con lo grande que era, si mal no calcule tenía seis pisos. Se veía todo muy limpio, ordenado, alegre y pintoresco.

Era un hospital infantil.

Había algunos payasos, personas disfrazadas de superhéroes y princesas. Había perdido a Eliot de vista así que no me quedó más remedio que pararme frente a la chica de recepción y mentir.

Era una chica joven, bastante hermosa, de piel aceituna, con cabellos de oro y rizos definidos.

—Buenas tardes, señorita.

Aclaré la voz —Hola, vengo con Eliot Lacorix pero lo perdí de vista ¿Sabe donde puede estar?

La chica me regaló una sonrisa —Sí, claro el joven acaba de subir el elevador, piso tres está en la habitación de su hermano.

¿Su hermano? Mierda, no puedo creerlo...

Mis ojos se abrieron con sorpresa, la chica me miraba con atención así que preferí maquillar mi asombro con otra pregunta más —Es la primera vez que me trae, sabe cual es la habitación es que veníamos en el auto y con todo esto tengo la cabeza en otro lado.

Ella me dio una sonrisa triste —No se preocupe, la entiendo, debe ser tan difícil para usted como para ellos. Es la habitación ciento cuatro.

Subí el ascensor y me replanteé mi decisión, esto era algo íntimo, debía irme. Pero me llegó una duda.

¿Cómo que el hermano de Eliot? Si él es de Francia y viene de intercambio.

No tiene sentido, el ascensor se abrió dejando ante mi él tercer piso salí y lo primero que vi fue a una chica disfrazada de Rapunzel, estaba por entrar a una habitación y llevaba con ella varios globos.

Caminé por el pasillo observando y escuchando cautelosamente de habitación en habitación, después de pasar por casi ocho habitación logré ver a Eliot de espaldas, estaba dentro de una habitación con la puerta abierta, sentado junto a una camilla, con un papel en sus manos, supuse que la carta.

Me acerqué con cautela, hasta que logré ver que en la camilla había alguien más, me asomé levemente para tener algo de visión por encima del contorno de la puerta.

Hasta que empecé a escuchar perfectamente todo lo que hablaba:

—... Casi no hay vuelos, pero... ¿Te gustaría verla?

—Sí, me encantaría. A veces sueño con eso —la voz dulce, cálida, suave y algo somnolienta de un niño se hizo presente.

Mi corazón se disparó y sentí que mi pecho se apretaba.

—¿Lo sueñas?

—Sí, y también me pongo triste... Eliot...

—¿Si?

—¿Es largo el viaje al cielo?

Escuché un sollozo —Es complicado de explicar...

—¿Por qué nunca me dejan ir? —la voz del niño fue triste.

—Casi nunca hay vuelos... Por eso es mejor enviar las cartas.

—Eliot...

—¿Si?

—No entiendo eso, nunca puedo... —el niño soltó un suspiro—. ¿Como las cartas se pueden enviar si no hay aviones?

Eliot se acercó al niño y pude ver que el pequeño no tenía ni un cabello en su pequeña cabecita.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora