37. Hermanos Lacroix.

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Recorte de periódico hace once años atrás:
«Los Lacroix, un ejemplo para toda Francia del significado de familia fuerte y unida».

Estuve con Eliot todo el día, vimos "¿Y dónde están las rubias?" Y solo para dejarles el dato, se convirtió en la película favorita de Eliot, y no, no la había visto nunca.

—Debemos ver más películas como esa —sugirió entre risas tomando un puñado de palomitas de maíz.

—Quizá hagamos noche de películas algún día

Me miró —¿Te gustaría?

—Claro, es romántico y lindo...

Se quedó pensando un segundo, tenía la sensación de que estaba apuntandolo mentalmente.

Tocaron la puerta.

—Adelante —dije, por un momento pensé que era Harold.

La puerta se abrió despacio, era Artur, entró y sonrió al ver a Eliot —Miren nada más...

Eliot se puso de pie con la boca llena de palomitas mientras masticaba, se acercó a Artur y lo abrazó.

—Me alegra verte mejor, te luce esa barba hijo.

Reí, Eliot se separó de él luego de darse entre ambos unas palmaditas en la espalda —No me queda nada mal, pero no es mi estilo.

Artur soltó una risa —Hijo, todo te luce, con barba o sin ella te ves muy bien.

Eliot me miró con altivez, orgulloso de lo que había dicho Artur, dió un paso atrás y abrió las manos diciendo —Lo se, soy muy guapo ¿O no?

Reí —Demasiado.

—Por supuesto —dijo Artur.

—Y simpático —agregó él pelinegro.

Artur y yo nos miramos y a la vez dijimos:

—Bueno... eso... —dijimos a la vez.

—Tienes tus momentos —admití.

—Sí, algunas pocas veces.

Nos miró con los ojos entrecerrados, casi juzgandonos.

Artur sonrió y se le veía una ilusión hermosa al ver a Eliot sonreír. —La cena está servida, Harold está ahí, y tu padre también...

Miré a Eliot, respiró hondo y la sonrisa en su cara disminuyó.

—Quiere hablar contigo —añadió Artur.

Fruncí el ceño —¿Hablar? Eider solo busca discusiones.

Artur me miró —La verdad es complicado decir si está de buen o mal humor, siempre actúa igual de...

—Imbécil —pronunció Eliot—, como si fuera el rey del mundo y todo girara a su alrededor y como él lo quiere.

—Si no quieres bajar puedes... podemos quedarnos aquí —le sugerí.

Lo ví suspirar con pesadez —Eso sería increíble, Artur por favor.

Artur asintió —Con todo gusto y de nuevo, me alegra mucho verlo avanzar —pronunció despacio y salió de la habitación cerrando la puerta.

Miré a Eliot —Lo mejor es que no bajes, Eider quizá empiece a reclamarte por la empresa.

Eliot frunció el ceño y se sentó en la cama —¿Por qué?

—Lo escuché discutir ayer y decía algo sobre que había que detener proyectos y entregas. No entendí mucho —admití.

—Ah, lo olvidé —se frotó la cara con cansancio y se detuvo en su barba—. Pero pasaron tantas cosas. Debo dar la orden para la realización de informes sobre el rendimiento de los empleados, hay proyectos que entregar, otros por presentar, ahora también cuidar las inversiones que vaya a realizar Francesco y Ban, también hay papeles por firmar, cuentas que revisar, eventos importantes a los que asistir y la entrega de premios y reconocimientos... De solo pensarlo me da jaqueca.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora