43². Siempre seremos tú y yo.

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La única desventaja de estar en el cielo es que siempre existe la posibilidad de caer.

Me asomé por la ventana de mi habitación y ví el auto de Eliot aparcado a la distancia.

—¿Las cosas están bien entre ustedes? —Elena estaba peinando su cabello, aún vestía el hábito.

Reí y me alejé de la ventana para sentarme en la cama, aún vestida de monja. —Pues sí, estamos bien. Él es... —no pude evitar suspirar.

Elena río y se acercó —Tu papá se entera de todo y le daría algo, Madison. Te lo juro, se ve que es enojón.

Me reí y empecé a jugar con el delicado y elegante anillo en mi dedo, si mamá o papá lo veían diría que me lo regaló Harold para nuestro aniversario de amistad, ni tenemos pero ellos no saben.

Suspiré y le respondí a Elena —Algo. Igual le hablaré de Eliot, probablemente lo odie al inicio como a todos pero tengo fé en que le caerá bien.

Elena se burló —¿Eliot? ¿Cayéndole bien a alguien?

—Oye —rei—, aunque no lo creas es un chico encantador.

Ella suspiró —Uff, muchísimo.

—Espero poder verlo en la noche —comenté con nerviosismo.

Ella me miró asombrada —¿Qué tan grande está?

—Ay Elena —me reí.

Ella soltó una gran carcajada —Es que apenas y se dejan de ver pocos minutos, y ya se quieren volver a ver de nuevo, ni yo con Clay. Pero a ver... ¿Cómo se verán? ¿Esperarás a qué tus papás se duerman para que así tú y él se vayan de paseo nocturno como en las películas de chicas buenas con chicos malos?

Me reí —No tengo idea. Creo que debo escribirle, es mejor aquí que allá abajo con mi papá.

Me levanté y fui hasta mi maleta y saqué mi teléfono sin poner mucha atención al resto de mi equipaje.

Ya tenía un mensaje de Eliot:

Mi osito antipático <3: Apenas te has ido unos minutos y te extraño.

Mis mejillas ardieron.

Elena me miró con picardía —¿Qué te mandó?

La miré y reí —Definitivamente no lo que imaginas —me acerqué a la cama para sentarme junto a ella—, dice que me extraña.

Ella sonrió —Ay, tan lindo. ¿Qué le vas a poner?

—Pues, que también lo extraño.

Ella me miró con los labios arqueados en un gesto desaprobatorio mientras negaba con la cabeza manteniendo los ojos cerrados.

—¿No?

Me miró con obviedad —Pues no. Ponle algo más... —movió los hombros como si eso la hiciera pensar mejor o me hiciera entenderla con más claridad—. Más emocionante. Más sentimental, más... Algo más especial.

Fruncí el ceño —No le voy a poner un poema, de a mala me sale una frase romántica.

—A ver préstame acá —le entregué mi celular, ella lo ojeo un corto segundo—, pero ustedes ni se escriben —dijo sorprendida.

Me reí y la miré con insinuación —Todo lo que nos queremos decir y hacer lo hacemos en persona.

—Que rico —me dijo y ambas nos echamos a reír.

—Ya, dime qué le digo —le pedí quitándome el velo negro que me cubría el cabello.

Elena se cruzó de piernas —Déjamelo a mí, le voy a poner: "te espero a las nueve, vente preparado para que me rellenes con el salchichon" carita de sexo —dijo mientras escribía.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora