21. ¿Quieres que te toque?

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Atracciones y misterio.
Secretos y nuevas sospechas.

 Me removí sobre las sábanas, estiré los brazos y mi cuerpo dolió al instante, abrí los ojos con pesadez cuando mis manos dieron con el torso de Eliot. Recordé todo lo que hicimos anoche, el dolor valió la pena.

Dormía junto a mí, su respiración era calmada, sus pestañas caían con sus párpados custodiando así sus hermosos ojos, el rasguño en su mejilla estaba un poco rosado, me levanté con cuidado de no despertarlo y removí la sábana blanca para verle el pecho, las vendas tenían algo de sangre justo donde estaban las heridas. Acaricié su pecho con suavidad.

Nos quedamos juntos anoche, sabía que debía irme pero preferí quedarme con él, llevo puesta una de sus camisetas y un pantalón corto deportivo, y no, no llevo bragas porque aquí al osito 32 le pareció magnífico idea romperlas. Ok, lo admito se sintió rico, me gustó, pero ustedes entienden el punto.

Intente levantarme, pero al deslizarme sobre el colchón Eliot se movió y extendió el brazo sobre la cama, parecía buscarme, al no sentirme a su lado se despertó con dificultad y me buscó hasta verme sentada al borde del colchón.

—Buen día —le susurré volviendo a la cama.

Me miró con los ojos entrecerrados, su voz fue más ronca, baja y somnolienta —Eran... —tomó mi mano y me hizo acercarme, me abrazó con fuerza mientras soltó un suspiró suave y preguntó—: ¿A dónde ibas?

Tenerlo tan cerca me hacía sentir muy bien, y ahora no hablo en sentido sexual, no lo sé, me siento plena y segura.

—A hacer café, créeme si no tomo café sería una copia tuya odiando a todos.

Ahogó una risa ronca —La cafetera es automática, cuando son las siete empieza a hacer el café, está... —bostezo y recorrió mi cuerpo con sus manos—. Está programada o algo así.

Lleve mi mano a su rostro y acaricie su mejilla, el paso el dorso de su mano por sus ojos y me miró con más claridad, la piel de sus mejillas enrojeció quizá por la fricción.

—¿Te duele algo? —le pregunté.

—No —me susurró—, estoy bien. ¿Y tú? ¿Cómo estás?

Le sonreí él sujetó mi cintura y me hizo subir sobre sus muslos, mis piernas dolieron un poco —Algo adolorida, pero muy bien...

Una sonrisa sutil se dibujó en sus labios—¿Te duele el cuerpo?

Acerqué mi boca a la suya y lo besé, sus manos subieron por mi espalda baja y sonreí sobre sus labios y dije: —Me duele un poco, las piernas, los brazos, pero valió la pena.

Su voz fue baja —Es bueno saber que después de estar juntos anoche te duele el cuerpo...

Lo miré, su sonrisa fue de viva satisfacción —¿Ah sí?

Asintió y la yema de sus dedos recorrió mi cintura, hasta mi abdomen y bajó a mis muslos mientras me decía en un susurro: —Porque con cada movimiento que hagas hoy, ese suave dolor te recordará que anoche estuve dentro de ti, que te marqué, que te hice mía otra vez. Recordarás que gemiste mi nombre hasta que no pudiste más.

Mi corazón dio un vuelco, su mirada estaba fija en mí y sus manos seguían sobre mis muslos, sentirlo entre mis piernas me hizo revivir cada sensación, cada descarga placentera y adictiva de dopamina que liberó mi cuerpo.

—¿Disfrutaste hacerlo? —le pregunté con una insinuación algo disfrazada.

Me sonrió como si adivinara mi intención, sus manos subieron por mi torso, una se detuvo en mi espalda y me acercó a él mientras la otra se detuvo en mi cuello, sus labios rozaron mi oído.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora