36. ¿Quieres apostar?

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La frase más peligrosa que podría salir de la boca de Harold y Eliot era: "¿Quieres apostar?"

Había pasado una semana y media.

Seguimos en la mansión. 

Y... en todo este tiempo, no he podido hablar con Eliot, él... no quiere hablar con nadie. Ni siquiera come en la mesa, la verdad ni siquiera estoy segura de si lo hace, no sale de la habitación.

Me sentía... mal. Sola. Y odiaba eso, porque me sentía egoísta. Debía darle espacio pero, me dolía saber que estábamos aquí y no nos decíamos nada.

Para colmo Harold ha estado saliendo mucho, estoy segura que encontró algún grupito para apostar, él decía que solo iba a un club y que apostaba solo. Y sí apostaba, traía dinero, no tenía muy en claro dónde lo metía o que hacía con él, admito que era algo frustrante, solo faltaba que empezara a lavar dinero.

Harold siempre ocultaba cosas cuando entraba en esa faceta de mafioso, así que, a veces no estaba muy segura de conocerlo cuando se comportaba así.

También extrañaba mucho a mis papás. Ellos aún no volvían a casa y era bueno pero... honestamente nunca los tuve lejos tanto tiempo.

Había hablado con Clay y Elena, Clay ganó la clasificatoria del torneo estatal de tenis y representaría el instituto en dos meses.

Y bueno, en el instituto Eliot había pagado por ausentarnos por un plazo no fijo, cuando volviéramos tendríamos clases particulares y presentaríamos todos los exámenes pendientes.

Giré sobre la cama y me revolví en las sábanas, debía salir de la habitación, me sentía bastante ahogada y cansada.

Salí de la habitación y caminé por el pasillo, me detuve frente a la puerta de Eliot, pensé en tocar otra vez... pero sería igual que las cientos de veces anteriores, no iba a abrirme.

—Oye cabeza de puerco espín —la voz de Harold llamó mi atención.

Llevaba un pantalón de dormir rojo a cuadros y no llevaba camiseta, se le veía el cinturón del boxer era Calvin Klein, tenía su teléfono en la mano y el cabello todo revuelto, igual que yo.

Me reí —Miren quién apareció...

Levantó las manos —Oye, debía recargar baterías, además, no ha sido una semana tan buena para todos —miró la puerta de Eliot.

Suspiré y metí las manos en mi abrigo azul, bueno, no era ni mío, era de Harold. Hace mil años atrás.

—Las cosas no están muy bien para nadie —confesé.

Él frunció el ceño —¿Quieres estar sola?

Negué de inmediato —No, de hecho es lo que menos quiero —me pasé la mano por la cara—. Mi mente me está torturando bastante.

—¿No ha abierto la puerta verdad?

Negué —Y lo extraño... y a papá, y mamá. Y a Clay. Y... a ti —hice un mohín—. Todos han estado muy... ausentes.

Humedeció sus labios y suspiró, abrió los brazos y entonces susurró —Ven aquí...

Me acerqué y me rodeo con sus brazos con fuerza en un abrazo, empezó a frotar mi espalda mientras decía:

—Lo siento, es cierto. Tienes razón, al menos yo... No estuve aquí para ti.

Me separé de él despacio —Igual lo entiendo, tranquilo, solo quería —infle las mejillas y dejé ir el aire con pesadez— decirlo.

Tocó mi mejilla —Oye, hagamos algo... En este momento tengo mucha hambre...

Rei —Todo el tiempo.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora