31. Saimond, el gran pintor.

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Eider Lacroix tenía las dos virtudes más peligrosas:
Mucha paciencia y excelente planificación.


—No es que sea chismosa...

—No para nada, Pau, yo tampoco lo soy.

—Pero son cosas que se deben contar, Cami. Tú me entiendes ¿verdad?

—Claro que sí, Pau. Yo en tu lugar haría lo mismo, decirlo solo por motivos informativos.

—Exacto, Cami —Paulina empezó a mover varios documentos de forma descuidada—. Mira han  habido varias secretarías que han coqueteado con el señor Eider.

—¿Le hizo caso a alguna? —me analizó un segundo—. No lo pregunto porque me guste a mi, solo curiosidad.

Asintió —Bueno, te creo. El señor le hizo caso solo a dos chicas, nunca pasó nada oficial, digamos que le gusta ya sabes... Jugar un poco.

Reí —Se le nota.

—¿Verdad que sí?  Es que es super coqueto, con su sonrisita y su mirada y es que —miro hacia ambos lados asegurándose de que nadie nos escuchase—, la personalidad que tiene, uff.

Un conserje, un hombre de bigote blanco y uniforme azul pálido pasó frente a nosotras y Paulina guardó silencio un segundo.

—Pero le gustan las pelirrojas, las dos chicas a las que les dio atención eran pelirrojas.

Avisté una expresión de tristeza —Ay, ¿no me digas que te gusta él?

Soltó una risa —Ay no. Para nada, eso jamás —aclaró la voz—. Bueno sí, un poco.

—¿No te parece muy mayor?

—Piénsalo, ha acumulado mucha experiencia —dijo con picardía—, que me enseñe un poco, yo estaría encantada.

No pude evitar reírme.

—Bien ya es suficiente, Dios será increíble trabajar contigo, no es tan divertido hablar con Marina.

—¿Quién es...?

—Pau, adivina que acabo de escuchar —una tercera voz apareció de la nada.

—Hablando del diablo —susurró la castaña a mi lado.

Levanté la mirada al escuchar el ruido de unos tacones contra el suelo y vi a una mujer más madura, se acercó a nosotras contoneándose de lado a lado, ella vestía un vestido violeta muy ajustado y bastante llamativo, ella tenía el cabello muy largo y rubio —pero la raíz era oscura así que fue evidentemente que no era natural—, los labios de un tono rojo super intenso, pómulos marcados y unas pestañas inmensas. Y bueno, su maquillaje estaba muy fuerte y le marcaba un poco las arrugas.

—¿Qué escuchaste? Marina... —le preguntó Pau mientras me entregaba unas carpetas.

Marina se apoyó al escritorio de la recepción de ese piso, me miró de reojo y dijo emocionada: —¡El joven Eliot está en la empresa!

—Es el dueño, Marina... Ayer también estuvo aquí...

Entornó los ojos —Sí, pero sabes bien de lo que hablo es una segunda oportunidad que me da la vida para atraparlo.

Sentí como si un pequeño enano endemoniado estuviera dentro de mi estómago y el enano deseaba salir para arrancarle las pestañas falsas con los dientes.

Estoy segura que el ojo me tembló.

—¿Sigues con eso?

Marina levantó las manos, tenía las muñecas llenas de brazaletes que sonaban —¡Claro, amiga! Fue mi propósito de año nuevo.

Cartas con destino al cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora