El comienzo de un cuento real

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¿Cómo podría NARRARSE UN CUENTO que emana del dolor más intrínseco?

Érase una vez, tres mujeres y un hombre que tenían en común algo más que el color de sus ojos. Aunque, desde luego, el verdor, similar a una esmeralda que brillaba en su vista, era un aspecto a destacar. Así que, para hacer este cuento más afable, me referiré a ellos, hasta que proceda hacerlo de otro modo, como: la primera mujer de los ojos verdes, la segunda..., la tercera... y el hombre de los ojos verdes. Les pondría nombre y apellidos, pero entonces, este cuento no tendría la misma moraleja.

La primera mujer de los ojos verdes lloraba escudriñando el techo de su habitación, mientras trataba de hallar una respuesta entre las grietas del pavimento. Su afán por intentarlo le provocaba un terrible efecto rebote que la mecía en una melancolía perpetua.

La segunda mujer de los ojos verdes deploraba, encerrada en un habitáculo que parecía ser cada más liliputiense, la drástica decisión que tomó aquel día y que balizó su corazón. Se abrazaba al hombre con el que había sellado su vida y al que había traicionado ocultándole aquel terrible secreto. Las consecuencias de aquello se tronchaban con carcajadas jocosas que solo ella podía interpretar.

La tercera mujer de ojos verdes estaba de pie, petrificada como si fuera una estatua y detenida frente al ventanal desde el que observaba cómo, paradójicamente y de forma muy contraria a ella, el mundo circulaba sin detener su tempo. Ensoñaba con alzarse al vuelo como si fuera un águila, sin embargo, la ilusión de sus ojos se tornaba oscura al recordar que tenía fobia a la libertad. Su espíritu la avivaba a elevarse, pero... ¿cómo podría volar un ave sin alas?

El hombre de los ojos verdes se hallaba en el exterior, observando el vacío que parecía engullirlo y respirando la pureza de la naturaleza que lo rodeaba. El tono verde de sus ojos era notablemente más chillón que los del resto y su mirada tan colosal como la de un lémur. Inclinó su cabeza observando, desde el saliente de una montaña de dimensiones mortales, el terreno abrupto con el que se golpearía en el caso de tomar la decisión de dar un paso más. Ese hombre, de mirada derrotada y corazón demolido, no conocía el significado de la palabra amor o, mejor dicho, se le había olvidado y, ante la imposibilidad de poder amar, se dispuso a avanzar sabiendo que, si completaba ese paso, acabaría siendo engullido.

¿Y saben lo peor de todo? Que, si los susodichos hubieran sabido allanar sus malas decisiones, ninguno habría padecido de esa tristeza desgarradora que los empujó al abismo.

Los 3 suicidios de Marcos RuizWhere stories live. Discover now