El nacimiento

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Había pasado los últimos meses recuperándome en casa, descansando, tal como sugirieron los señores de la bata blanca.

Mi hermana me estaba ayudando todo lo que su barriga le permitía. Abigail también me visitaba mucho, y me traía grandes pasteles, y junto a los pasteles traía otras cosas, pero de eso no se daba cuenta: traía luz a una casa que había estado mucho tiempo apagada, traía sonrisas a una boca que había estado mucho tiempo con los labios apretados, y sobre todo, traía felicidad a un hombre que tenía muchas ganas de ser feliz.

Y cuando yo sonreía, mi hermana, que me escuchaba siempre, también sonreía; aunque lo cierto era que sus ojos verdes, desde lo que le pasó a Ana, y desde ese día que me dio el bloqueo, me miraban de otra manera.

Fran había desaparecido de mi vida. Y eso también era una buena noticia. Porque por fin parecía haberse cansado de perseguirme, por fin había entendido lo que Abigail me había dicho que le dijera. Y yo también entendí que ella tenía razón, que si le plantaba cara empezaría a dejar de ser una marioneta en sus manos, y en las manos de toda la gente a la que le gustaba jugar conmigo.

Bueno... pues una noche, casualmente una noche en la que Abigail se quedó a dormir conmigo, abrazada a mi barriga, se empezaron a escuchar gritos que provenían de la habitación de al lado. Lo primero que pensé fue que Fran había vuelto a casa, y que de nuevo estaba ahí, jodiéndome la vida.

Abigail se levantó rápida. Emitió un suspiro, y rápidamente llamó a una ambulancia.

Mi hermana suspiraba un poco más que Abigail, porque una niña con los ojos verdes quería ver el mundo por primera vez, a través de sus piernas.

Así que, cuando llegó la ambulancia, todos nos fuimos de nuevo al hospital...

Y ahí tuve uno de mis mayores bloqueos, porque era mejor olvidar lo que pasó en el hospital, y lo que pasó durante todo ese año.


Los 3 suicidios de Marcos RuizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora