Renacer

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Cuando abrí los ojos lo primero que vi fue la mirada de mi madre clavada en mí con preocupación. Las sondas de la nariz chocaban en mi cara. La habitación era blanca. Y el «pi pi pi pi» continuo no cesaba. ¿No había muerto? ¿Qué había hecho mal? ¿Dónde me encontraba? Ni para suicidarme valía. Estaba desubicado. Era un hospital. Tenía los brazos vendados. Aún recordaba los cortes que me hice. ¿Me quedaría una cicatriz tan profunda como la de Fran? Mi madre se abalanzó suavemente sobre mí, con las lágrimas en los ojos, y dando gracias a Dios.

—Mi pequeño. Menos mal que has despertado —me decía sollozando.

Me di cuenta rápidamente de que sus ropas olían a cigarrillo. Y junto a eso, recordé mi vida, la vida de la que quería huir: Sarita, Álex, Gina, Fran... Los nombres sonaban por mi cabeza, daban vueltas y se zambullían en el centro de mi cerebro.

—Hola, mamá —dije asustado.

Ella se apartó. Acarició mi rostro y me preguntó lo inevitable:

—¿Por qué hiciste eso?

Menuda pregunta... ¿Qué le podía contestar a la mujer que me había dado la vida? No creo que ese momento fuera el más indicado para decirle la verdad. Así que le dije que no lo sabía. Y guardé silencio. Ella se sintió culpable. Se culpaba por habernos dicho que se iba a divorciar. Se culpaba porque habiendo estado en casa casi todo el tiempo, no se había dado cuenta de que su hijo estaba cubierto por una sombra tan oscura como la noche. Y eso era lo que hacía que una mujer que no podía fumar, porque el médico ya le había dado advertencias sobre ello, fumara ahora casi cuatro veces más que antes. Y eso es lo que hacía que un padre se pasara la mayor parte del tiempo en un bar, porque no quería aceptar que su mujer había dejado de amarle, y que su hijo había empezado a odiarlo.

Yo solo quería dejarles en paz. Dejarles retomar sus vidas. Y sin embargo, ahí seguía, jodiéndoselas aún más, a mí y a ellos. Con la soga un poco más apretada que antes. Con su burla aún más evidente.

Si hubiera cogido unas tijeras a tiempo...

—Prométeme que nunca volverás a hacer algo así. Tienes una hermana que te idolatra. Se ha pasado las dos últimas semanas preguntando por ti. No culpes a ella de nuestros errores como padres. —Y a mitad de frase se puso a toser. Sonaba como si tuviera agujas en la garganta.

Tenía que cuidar de ella. Llevaba razón mi madre. Mi hermana, mi bichito, no merecía pagar por mis errores.

No me quería imaginar lo duro que tuvo que ser para ella esa noche. Primero escuchó que nuestros padres se iban a divorciar, y después me encontró hundido en la bañera, bajo mi sangre envenenada. Debí asegurarme de que ella no presenciara esa escena. Seguro que tuvo terribles pesadillas después de eso.

¿Se habrían enterado ya Álex y el resto de que casi acabo con mi vida? Seguro que andarían bromeando sobre mí. Eso se les daba muy bien.

—Marcos, si hay algo que necesites contarme, sabes que debes hacerlo. Soy tu madre, y mientras esté viva, te guste o no, eres mi responsabilidad. —Me lo estaba poniendo en bandeja. Solo tenía que exhalar la palabra «VIH». Pero ahora me encontraba muy débil.

Los médicos no dejaron a mi madre quedarse mucho tiempo más. Yo estaba en observación. 

Los 3 suicidios de Marcos RuizWhere stories live. Discover now