La visita de la chica triste

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La puerta comenzó a abrirse, con lentitud.

Lo que había sido un diminuto punto de oscuridad, parecía multiplicarse tomando el control de mi cuerpo. Nunca había experimentado tanto odio hacia alguien, sin embargo, no podía evitarlo.

¿Cómo podía, siquiera, plantearse venir a mi casa después de lo que me hizo?

Entró con timidez, nada que ver con la chica drogada y extrovertida de aquel día.

Sus ojos verdes brillaban y delataban que había llorado recientemente. Supongo que la culpabilidad es como una maldición de la que no puedes escapar.

Los míos, sin embargo, estaban inyectados en sangre. Solo buscaban una cosa: venganza. ¿Por qué se acostó conmigo sabiendo que era seropositiva? ¿Por qué lo hizo sin seguir, siquiera, el tratamiento? ¿Merecía algo tan terrible?

Cerró la puerta, con suavidad.

Yo seguía en mi posición, manteniendo mi mirada.

Un «lo siento» emanó de su voz con un tono de lo más melancólico y acompañado por una lágrima.

—No tienes derecho a sentirlo. Has arruinado mi vida, mi futuro —respondí, con un tono elevado y agresivo.

Su pena se acrecentó con mis palabras.

Quizá, si hubiera conocido su historia, no la que todo el mundo contaba producto del estereotipo y las malas lenguas; sino la de verdad, habría tenido otro comportamiento. Ella cargaba con un dolor que jamás hubiera imaginado, pero, en ese momento, era incapaz de ver más allá de mi realidad. Un poco de empatía no hubiera venido mal.

—Ojalá te mueras. Es lo único que deseo. ¡VETE DE MI CASA! ¡NO VUELVAS NUNCA! —le grité.

La pesadumbre que portaba tras sus ojos destiló un dolor que no me dio buena espina. Sentí, de forma inminente, la necesidad de retractar mis palabras, sin embargo, no fui capaz de hacerlo, y la dejé marchar sumida en esa melancolía dañina que la carcomía por dentro.

Tiempo después, todo el mundo se hizo eco de la noticia: su padre la violaba cuando era solo una niña. Le transmitió la ITS y condenó su vida. Además, cuando supo que tenía la enfermedad, esta había evolucionado demasiado y, para más inri, le escondía la medicación; era un gran hijo de puta.

Yo también lo fui, condenándola de esa forma, empujándola a que hiciera aquello que hizo cuando se marchó de mi casa: suicidarse.

Se colgó. Puso fin a su pesadilla por sus propios medios.

Y justo ahí fue cuando me comencé a perder más y más como ser humano: tenía VIH y había empujado a una joven torturada al suicidio. ¿Qué clase de monstruo era? 

Los 3 suicidios de Marcos RuizTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang