El bloqueo

2 1 0
                                    

—Me llamo Marcos Ruiz. Tengo veintidós años, y hace casi tres semanas que me diagnosticaron como seropositivo. Cuando me dijeron que tenía el virus de la inmunodeficiencia humana pensé que mi vida se había acabado. Sentí como si un cristal lamido, infectado y peligroso me atravesara el corazón de arriba abajo, de izquierda a derecha. Como si me encontrara en medio de dos muros que avanzaban rápidamente hacía mí —empecé a llorar. Como siempre, mostrando el chico joven y débil que era—. Lo primero que pensé fue en ocultarlo, y junto a eso, ocultarme a mí. Esconderme entre las paredes de mi habitación, y esperar a que la muerte me acogiera en sus brazos. No quería ver a mis padres, ni a mis amigos; nadie iba a ser bien recibido en mi habitación cargada de ira.

Todos me escuchaban con especial interés. Fran me miraba clavando continuamente su mirada. Podía escuchar su voz volver a llamarme «ojos tristes».

—Ese día habíamos bebido. Nos acabábamos de graduar, y Álex daba una fiesta de la hostia. Fue media universidad. Y allí vi a Sarita. La chica de la que llevaba enamorado todo el curso. Tomamos drogas. Después Sarita y yo entramos a una habitación solos. Con más drogas. Sarita era mi debilidad. Estaba desnuda, y yo no podía resistirme al placer de su cuerpo. Tuvimos sexo. No puedo recordar muy bien cómo fue ni qué pasó.

Y volví a recordar. Me dio un fuerte dolor de cabeza. Y me eché las manos a mis oídos.

—¿Por qué gritas, Sarita? ¿Quién eres tú?

Todo el mundo empezó a mirarme extrañado. Fran seguía con esa mirada tan penetrante... Me desnudaba. Y ese pensamiento... Ese recuerdo: Sarita y yo no estábamos en la habitación donde habíamos empezado a follar. Alguien nos había cambiado de sitio. ¿Álex? ¿Era cosa suya? ¿Quién estaba detrás de todo eso? Estábamos en un sótano sucio y lleno de cajas. Sarita gritaba y yo estaba junto a ella. La estaba abrazando. ¿Por qué gritaba? ¿Qué había visto? Y en ese momento, Mara rompió mis pensamientos. De mi nariz emanaba un hilillo de sangre, y mi cuerpo se hallaba al borde de un ataque de epilepsia.

Yo quería compartir mi historia. ¿Cómo iba a hacerlo, sin tan siquiera recordar bien lo que pasó? Quizás tendría que hablar con Álex, y enfrentarme a él. Aún recuerdo sus palabras, y su mirada, el día del entierro de Sarita. Álex tenía que saber algo... Solo él podía estar detrás de algo tan macabro. Pero ya era demasiado tarde, algo dentro de mí lo sabía.

Esa noche no tuve ganas de volver a encontrarme con Gina. No fui al lugar en el que habíamos quedado. Había vagado por las solitarias calles de mi barrio, y atravesado el parque de la Solidaridad en todas sus direcciones. En mi mente rondaba la promesa que me había hecho a mí mismo ese día. La promesa de contarles a mis padres la verdad. Por mi hermana. Tenía que hacerlo...

Los 3 suicidios de Marcos RuizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora