La visita que daría la vuelta a todo

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Había dormido muy pocas horas después del cúmulo de sorpresas que había recibido en el día en el que enterraba a mi madre. Supongo que era algo comprensible. Podía sentir cómo Sarita, ocho años después, seguía más viva que nunca. Seguía chillándome, desde el lugar en el que vivía ahora, que dejara de jugar. Pero seguía sin entenderla, ¿a qué tenía que dejar de jugar?

Esta parte de la historia es, quizá, uno de los momentos más críticos que he vivido. Iba a descubrir lo que pasó la noche en la que creí que comenzó todo.

Tenía mucho miedo de conocer la verdad, porque la verdad no está hecha siempre de buenas noticias. La verdad puede ser tan hiriente como un cuchillo, o incluso más. La verdad puede magullar la parte más sensible del ser humano: el corazón.

Una cicatriz en el corazón puede llegar a ser crónica. Impedirte que vuelvas a recuperar la sonrisa, o incluso que te lleve a pensamientos definitivos como eran, en mi caso, cortarte las venas, meter la cabeza en una soga, o saltar desde lo alto de una montaña para reventar los sesos contra las rocas puntiagudas. Yo estaba lleno de cicatrices crónicas, y aún quedaban más, tantas que se solaparían infectando las heridas que creía cerradas.

Eran las cinco de la tarde, estaba en la puerta de la finca de Álex, esperando a que llegara Ana. Íbamos a entrar a la casa de los recuerdos. Podía incluso sentir que sonaba la música de aquel día. La gente entraba en su casa, y el ambiente era de lo más explosivo. Sin embargo, la realidad era totalmente opuesta, la casa estaba vacía, inundada bajo el olvido más solitario que puede existir, envuelta bajo las capas de la invisibilidad, y apagada en todos los sentidos. Su presencia era tenebrosa, y parecía propia de una película de miedo en la que iban a morir todos sus huéspedes. Pude sentir un escalofrío. Sabía que esa tarde iba a ser muy larga, y que los secretos que se descubrieran iban a ser tan intensos que me marcarían para siempre.

Ana llegó un poco tarde, tenía los ojos contenidos, y se había puesto un vestido lila escotado. Unos tacones enormes. Había trenzado su pelo y se había maquillado como si fuéramos a ir a una boda.

—¿Por qué estás vestida así? —le pregunté.

—Tengo la necesidad de despedirme de él. Quiero, que si puede verme en este momento, me recuerde así. Con el vestido que me regaló.

Yo la miré asintiendo, y comprendiéndola. Al fin y al cabo, ella también tenía que enfrentar su pasado.

—¿No tienes miedo de volver a entrar aquí? —le pregunté con los ojos tiritando.

Ella me cogió la mano y me lanzó una sonrisa:

—Estoy cagada.

Era esa sensación de querer y no querer. Vosotros sabéis a lo que me refiero.

Entramos a la casa. Ana conocía bien todos los rincones. Dio las luces, y desde dentro, pudimos ver lo que la soledad le había hecho a ese rincón que siempre había estado lleno de gente.

La casa estaba sucia y llena de telarañas. Incluso se podía escuchar el sonido de las ratas esparcirse con desaseo entre nuestros pasos sigilosos.

—¿No te parece demasiada casualidad que hoy haga ocho años de la muerte de Álex? —me preguntó.

La verdad, no me había parado a pensarlo. Pero tenía razón, habían pasado ocho años desde que Fran le cortó la cabeza a Álex y la colocó sobre la ventana. La noticia corrió como la pólvora, y la imagen pavorosa de su cabeza en la ventana recorrió todos los rincones de Internet. Fue lamentable. Hay mil maneras de morir, bueno, o de ser asesinado, pero en su caso le robaron hasta la dignidad. Incluso se hicieron virales chistes de humor negro sobre su situación, y sobre la cabeza colgada sobre una ventana. Por ejemplo: ¿Cuál es la película favorita de Álex Fernández? La ventana indiscreta.

Supongo que la gente no sabe lo que puede herir con sus comentarios. La madre de Álex, por lo que contaron, entró en una depresión inhumana. Vivía de las pastillas y de los recuerdos, y de nada más.

—¿Tantos años han pasado? Siento que el tiempo se ha paralizado. —Y eso era una verdad tan grande como la oscuridad que residía allí.

Subimos a la habitación de Álex. Ana se sentó sobre su cama, y desde allí comenzó a sollozar. A gritar a los cuatro vientos todo lo que lo deseaba. A decirle a esa casa umbrosa lo que hubiera querido hacer. A acariciar las sábanas rotas con la ternura con la que hubiera deseado acariciarlas mientras hacía el amor con el chico que no supo que le amaba.

—Si todos hubiéramos sido más valientes, podríamos tener la vida que queríamos —dijo apartándose las lágrimas.

En ese momento, me di cuenta de que no era el único que sufría. No era el único al que le pasaban cosas malas. Comprendí que la vida era así, y que a veces, con algunas personas, se cebaba sin compasión, también en parte porque nosotros, al menos yo, nunca aprendí a buscar las soluciones de mis problemas.

—Lo colgaron ahí, sobre esa ventana. Como si fuera un muñeco. ¿Qué clase de persona podría hacer algo así?

—Un monstruo, solo un ser monstruoso podría llegar a hacer tal crimen —le contesté pensando en Fran. Ese nombre al que tanto temía.

—¿Crees que él también me amaba? ¿Lo crees? —me preguntó Ana, casi suplicándome que dijera que sí.

—Creo que a su modo extraño de querer, te quería. Pero Álex era así, un loco sin lugar fijo, un ser sin rumbo. Un corazón sin dueño.

—No, no me amaba, pero sí me quería.

—Al menos te quería —le contesté.

Se levantó de la cama, echó una última mirada a la habitación. Abrió el armario astillado. Su ropa seguía en el mismo lugar, llena de polvo, y mordida por las ratas. En la leja de arriba encontró su colonia. Aún quedaba parte de ella. La cogió y apretó. El olor la transportó directamente a sus brazos, al sentir de sus suaves manos acariciando su piel. Guardó el frasco en su bolso.

—Él ya sabe lo que siento. Y creo que yo también estoy preparada para cerrar esta puerta, y no volverla a abrir jamás. —Y tras sus palabras llenas de seguridad, salimos de su habitación, y cerramos la puerta para siempre. O al menos eso creímos hacer.

Una vez en el pasillo, ella me agarró la mano y volvió a poner la misma cara misteriosa que el día anterior.

—¿Estás preparado para saber la verdad? —me preguntó.

Los 3 suicidios de Marcos Ruizحيث تعيش القصص. اكتشف الآن