La vuelta de un fantasma

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Oí una ramita partirse, miré alrededor. Escuchaba pasos crujir en el suelo. Empecé a fatigarme, y a sentir miedo. Quizás era Fran. Si Fran estaba ahí, escondido y vigilándome, era motivo suficiente para estar aterrado.

—Fran, esto no tiene gracia. Sal y hablemos como personas normales.

Los pasos seguían sonando, y cada vez más bastos. Empecé a caminar hacia ellos. Tenía que enfrentarme a él, tenía que hacer caso a Abigail y decirle la verdad. Ya estaba cansado de ser un cobarde. Conforme me acercaba a los pasos, estos se alejaban; Fran me estaba conduciendo a algún lugar, quizá al lugar en el que pensaba acabar con mi vida. Reconozco que estaba casi temblando, asustándome hasta con el roce de las ramas y el choque del soplido del aire.

—Esto ya se terminó. Vete de aquí, mañana iré a la policía y contaré todo lo que hiciste. Contaré que mataste a Álex y contaré que mataste a tu padre. Y aceptaré las consecuencias de lo que la justicia considere para mí.

Empecé a correr, ya estaba cansado de que jugaran conmigo. A lo lejos, podía verlo avanzar camuflado entre las sombras. Atravesábamos el cementerio de la Almudena. Las figuras religiosas daban auténtico pavor. Un pavor que se intensificaba con el influjo de la noche.

Atravesamos el cementerio, después pasamos por el parque de la Solidaridad. Esta situación ya la había vivido años atrás. Era un déjà vu.

—Fran, se acabó todo. Necesitas ayuda. Piensa en tu hija. Ella merece un padre de verdad. Tienen que verte y tratarte. Estás enfermo.

Pero solo el silencio me contestaba. El silencio y el sonido de las chicharras.

Habíamos atravesado el parque, y ya no había vuelta atrás. Estaba frente a la pared de un solar, acorralado.

—Se acabó el juego. Se acabaron las tonterías. Aquí estamos —le dije más seguro que nunca.

Y por fin se giró, se quitó la capucha que llevaba puesta, y su pelo largo y rubio cayó con belleza. Sus ojos verdes me miraron con brillo. Y de repente, todo tenía sentido. Era Gina, y me había encontrado igual que la última vez, cuando la perseguí por los mismos lugares después del entierro de Sarita.

—Te dije que algún día volveríamos a vernos —me dijo mostrando sus dientes albugíneos.

—Es tarde, ya no quiero saber nada más. Tú eres una historia que ya he cerrado en mi vida —le contesté enfadado.

Ella avanzó hacia mí.

—No, Marcos... Todavía hay muchas cosas que tienes que saber sobre ti, y sobre mí. Estamos atrapados en la misma pesadilla, solo que ahora quiero ayudarte y contarte la verdad.

Los 3 suicidios de Marcos Ruizحيث تعيش القصص. اكتشف الآن