Mi bichito

2 1 0
                                    

La puerta de mi habitación sonó con estruendo. Mi hermana se arrojó encima de mí, y me despertó de la pesadilla tan real en la que había estado sumido esa noche. Cuando abrí los ojos, aún dudaba de la veracidad de que estuviera vivo. Suspiré profundo. ¿Por qué había soñado con eso? Desde que vi la cicatriz de Fran, me había obsesionado con ella. Me estaba volviendo loco. Tenía que matar a mis demonios antes de que ellos me mataran a mí. Aún pensaba que podía matarlos... ¡Qué idiota!

Érika era una hermana cariñosa, estudiosa, simpática y guapa. Y no os lo digo porque fuera mi hermana. Os lo digo porque era la verdad. Y esa verdad debería haberse mantenido siempre. ¡Siempre! Creo que pensar en ella es una de las cosas que más me destroza. Era su hermano mayor, tenía que haberla cuidado y protegido. Cómo pude permitir que... que... hiciera lo que hizo. ¿Cómo pude dejarla sola, atrapada en el laberinto de sus peligros?

¿Sabéis por qué me gusta comparar tanto la vida con el VIH? Porque es una de las enfermedades más juzgadas por la gente. La gente se cree con el don de poder levantar el dedo, y poder opinar de lo que le da la gana. Por eso la vida es un VIH constante. Todos y cada uno de vosotros habéis sido juzgados en algún momento. Tú has llorado por culpa de otros... Seguro que has sido la «gorda» de una historia. O el «maricón», «granudo», «puta», y podría deciros trescientos adjetivos más. Pero vosotros los conocéis bien. Vuestras lágrimas los conocen bien. Incluso, lamentablemente, habréis sido causantes de algunos de ellos.

Somos humanos...

Somos gilipollas.

¿Cómo me iba a imaginar que la gente empezaría a cuchichear sobre mi hermana...? Era yo el raro, no ella. ¿Por qué tenían que preguntarle sobre mí? Seguro que eso era cosa de Álex. Cómo estaba aborreciendo ese nombre. Algún día lo mataría. Qué violento... Si hubiera matado a todos los que juré matar, creo que habría necesitado otra vida para poder acabar. Pero bueno, es lo que pasa, cuando pasa el tiempo. Ahí tenía casi veintitrés años, y mi visión de la vida era otra completamente diferente...

Bajé a desayunar con mi hermana. Mi madre, como de costumbre, se encontraba tosiendo mientras exhalaba el humo de un cigarro. Si solo hubiera sido uno... Pero cada día fumaba con más ganas. Tenía que pararla. Pero... ¿cómo iba a hacerlo?, si no tenía fuerzas ni para controlar mi vida.

Acompañé a mi hermana a clase. Vi cómo mi padre se bajaba del coche con el traje desarreglado. Apestaba a alcohol. Esa era la realidad continua de mi familia. Aceleré el ritmo. No quería escuchar el grito de mi madre alzarse sobre mi hermana. Iba a contárselo. Iba a decirles la verdad. Aún podía salvar sus vidas. Y la mía. Cuando volviera de la charla lo haría. Estaba totalmente convencido.

—Marcos, ¿estás bien? —preguntó Érika con inocencia. Qué ternura me dio escuchar esas palabras. Pobre angelito de diez años. ¿Qué hacía preocupándose por mí?

—Estoy muy bien, bichito —le contesté conteniéndome las lágrimas. La despedí en la puerta de clase. Y salió corriendo lanzándome una última sonrisa.

Y entonces, dejé que se escapara alguna, porque si no dejaba que se escaparan me iban a doler los ojos luego...

Los 3 suicidios de Marcos RuizWhere stories live. Discover now