Y lo que vino después...

1 0 0
                                    

A la mañana siguiente, cuando me desperté, aún rozando el sueño de esa noche mágica, salí a dejarme cegar por los rayos del sol. Me acerqué a la orilla de la playa que se encontraba muy cerca de la casa de Abigail. Y lo que estaba siendo un sueño se convirtió en una pesadilla en cuestión de milésimas de segundo. Instantes tan rápidos como un fotograma, y que parecen tan inofensivos, que jamás puedes imaginar que puedan llegar a ser peores que cuchillos cortándote los dedos de las manos.

—¿No pensabas cogerme el teléfono? —dijo la voz de locura llena de rabia.

Cuando me giré, no pude creer que fuera posible. Cómo se había atrevido a venir hasta aquí.

—Fran, déjame en paz. ¿Cómo sabías que estaba aquí? —le pregunté cagado de miedo.

Él volvió a lanzar su mirada psicópata de siempre. La puta maldita mirada que me hacía cagarme de miedo.

—¿Querías huir de mí? ¿Me ibas a abandonar tú también? —me dijo con tristeza.

Estaba loco, muy loco. Qué podía contestarle. Era un asesino.

—Fran, es mejor que te marches de aquí. Tú y yo no vamos a seguir siendo amigos.

—¡Cállate! No vuelvas a decir eso, tú y yo somos los únicos en este mundo. Jamás podrás alejarte de mí, porque siempre te encontraré. —Sus palabras daban tanto miedo que incluso empecé a temer por mi vida—. Sube al coche, nos vamos a casa. —Su hija me miraba desde la ventanilla. Se la había traído hasta Cartagena. Había subestimado a Fran, era muchísimo peor de lo que yo creía.

—Fran, no me voy a marchar a ningún sitio. Estoy aquí unos días, y voy a seguir aquí unos días, después volveré a Madrid y hablaremos sobre esto, ¿vale?

Y entonces se puso a gritar como un desesperado.

—¿Crees que esa puta te quiere más que yo? ¿Crees que puedes confiar en ella? Solo puedes confiar en mí. ¿Qué harás cuando quiera follar contigo? ¿Le vas a decir que eres un sidoso?

Y la palabra «sidoso» retumbó en mi oído, recorrió todo mi cuerpo en todas las direcciones y me desangró el corazón en un momento. Me acerqué a él tan furioso como un huracán y le pegué un puñetazo que lo tumbó contra el suelo.

—Haz lo que quieras, pero vete de mi vida, o contaré a la policía todo lo que has hecho.

Y desde el suelo se quedó mirándome, clavando su mirada ida y excéntrica contra mis ojos heridos.

—¿Crees que fue una buena decisión silenciar tu teléfono teniendo a tu hermana embarazada y a tu madre moribunda solas en casa?

Y entonces, la irá volvió a invadir todas mis entrañas. Me acerqué a él, le agarré la cara:

—¿Qué les has hecho? ¡Dímelo! —le grité.

Y el cabrón me agarró la mano y me dijo que lo sentía. Que lo sentía mucho, pero que mi madre había fallecido durante la noche.

Los 3 suicidios de Marcos RuizWhere stories live. Discover now