El surgir de la locura

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A la mañana siguiente recibí la visita de mi amigo Fran.

—Buenos días, ojos tristes, ¿qué tal te encuentras? —me dijo con mucha empatía. Él había estado exactamente en el mismo lugar en el que yo estaba hoy. Parecía feliz. Yo también podía conseguir serlo.

—Buenos días, Fran. Me alegra que hayas venido. Creo que eres la única persona en la que puedo confiar. Eres la única persona que conoce todos mis secretos.

Eso era verdad. Fran era como mi alma gemela. Ambos habíamos sido juzgados por el mismo ojo crítico, y ambos habíamos cometido errores que recorrerían nuestra mente para el resto de nuestra vida.

Se quedó parado, observándome. Me analizaba como si estuviera realizando un estudio sobre mí.

—Sabía que tenías los ojos tristes por una razón: eres un barco sin rumbo. Una hoja sin rama. Una botella vacía. Eres el silencio de un piano abandonado. La cara oculta del dolor. Eres una sonrisa apagada. Una nube sin agua. Eres un pájaro sin alas, una tormenta sin truenos, un corazón sin latido. Eres una sombra sin forma... Marcos Ruiz, eres la persona más triste que he conocido en toda mi vida.

¿Cómo podía decirme eso? Tenía razón, me sentía como si fuera un barco en medio del mar. Las olas eran terroríficas y el agua me daba auténtico miedo. No se avistaba nada en los confines del infinito. Estaba solo. El barco empezaba a romperse y caía al agua llena de tiburones. Todos paseaban a mi alrededor. Se acercaban a mí pero no llegaban a morderme. Las olas me hundían hasta el fondo, y me sacaban cuando estaba a punto de ahogarme. La tortura no cesaba. Y la muerte parecía reírse de mí.

¿Era por eso por lo que no me pude suicidar? Era una metáfora... Pero en ese momento no sabía verla. Los tiburones, las olas... Solo eran elementos que representaban los problemas de mi vida. El barco que se rompía era mi presente. Y yo solo sabía ahogarme y dejarme maltratar por mis miedos. Debí afrontarlos. Si lo hubiera hecho... aún seguiría vivo. Todos conocéis el final de esta historia. Todos ya sabéis que subí hasta el mirador de la Casa de Campo, y que desde ahí me arrojé brutalmente contra las rocas. Finalmente, uno de esos tiburones se cansó de darme oportunidades, y clavó su mirada en mí, y me arrebató aquello que no había sabido valorar, me arrebató la vida.

—Dime cómo puedo quitarme la pena. Necesito recuperar las riendas de mi mundo. Volver a sentirme libre... Volver a sonreír —le dije con la esperanza de que pudiera ayudarme.

Se sentó en la cama. Acarició mi cara con sus manos. Sentí el anhelo de alguien que podía entenderme. Y tuve ganas de llorar.

—No puedo resolver ese misterio. Creo que esa es tu función en la vida. Tienes que descubrir los enigmas de tu mente. Debes hallar la respuesta en ti. Cada persona tiene sus respuestas. Y tus ojos piden a gritos resolverlas. Tienes que liberarte de tus demonios. —Todo el mundo me decía lo de los demonios. Mi interior parecía el rincón del pecado, el lugar en el que se reproducían como cucarachas. ¿Cómo podía echarlos de ahí? Eran una molestia constante.

—¿Cómo los mataste tú? ¿Cómo lo superaste? —le pregunté con ganas de conocer un poco su historia. En verdad no sabía nada de la vida de Fran.

Volvió a tomarse uno de sus largos silencios. Clavó su mirada en mí. Volvió a acariciar mis mejillas.

—Vengándome —me contestó.

¿Vengándose? ¿Qué había hecho para vengarse? ¿A qué se refería?

—¿Cómo te vengaste? ¿Qué tengo que hacer para vengarme yo también? —le pregunté.

Respiró profundamente. Se puso de pie. Agachó la mirada, y me volvió a mirar.

—Si te lo cuento... Tendrás que guardar este secreto para siempre. Si dices algo a alguien de lo que te voy a contar, tendré que matarte. —Sus ojos se habían abierto como platos, y de repente me dio la sensación de hablar con un maníaco. Dudé de si quería saber esa verdad. Pero la curiosidad me podía.

—Quiero saberlo. Puedes confiar en mí —le dije.

—Fue hace cinco días. Supe que sus padres se iban de vacaciones. Su mejor amiga estaba fuera de la ciudad. Y tú estabas en coma. Debo reconocer que el destino también me echó un cable. Él se encontraba fumando hierba. Estaba bastante colocado. Me colé en su finca con una máscara de cerdito. Entré en su habitación y lo golpeé con un palo de béisbol. Después lo até a una silla, en su propio sótano. Me quité la máscara de cerdito, y mostré mi rostro. Quería que me viera. Si vieras cómo gritaba tu amigo Álex... —Lo miré asustado ¿Qué había hecho?

—¿Qué has hecho? —le pregunté con el corazón acelerado.

—Marcos, tenía que hacerlo. Él no se arrepentía de haberme hecho daño. Tenía su voz hablándome todos los días. Debía matarlo. Solo así podría librarme de mis demonios. Tienes que entenderme. Yo te entiendo a ti. Después cogí el cuchillo que había guardado en el primer cajón de su coqueta, se lo clavé en los ojos, y después le corté el cuello. Dejé su cabeza colgada sobre la ventana. Álex ya no podía hacerme daño, ya no podía hacernos daño. Lo hice por los dos, por ti y por mí. —Mi amigo Fran estaba completamente loco. Ahora sentía miedo. Sus ojos me miraban como si lo estuviera decepcionando.

—No diré nada. Te lo prometo. —Se acercó a mí. Con lentitud, con sus ojos fuera de las órbitas. Pensé que me iba a matar.

—Seremos amigos para siempre. Tú y yo nos conocemos bien. Conocemos todos nuestros secretos —me dijo mientras me daba un abrazo. Sentí un escalofrío de lo más impactante.

Había matado a Álex... ¿Cómo podía descubrir ahora la verdad de lo que pasó esa noche? ¿Cómo iba a saber quién se encontraba junto a mí y a Sarita? Y joder... Le había cortado la cabeza y colgado sobre la ventana de una de las habitaciones. Fran estaba completamente loco, y yo era cómplice de un asesinato atroz. Mi vida era cada día peor. Debí haber muerto en la bañera.

Y esta vez, cuando le vi los ojos verdes, pude saber que estaba loco. Ahora ya tenía ese poder, el de analizar a la gente, pero ya era tarde para tenerlo, porque él ya había entrado en mi vida, y yo ya no sabía cómo alejarlo de mí. De hecho, creo que conseguí todo lo contrario. 

Los 3 suicidios de Marcos RuizOù les histoires vivent. Découvrez maintenant