Ocho años después

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Habían pasado ocho años desde la primera vez que me intenté suicidar. Ahora tenía treinta. Y mi vida, imaginaos, había cambiado radicalmente. Os preguntaréis que por qué he hecho este salto temporal. Fácil, todo lo que os tengo que contar sobre lo que pasó cuando tenía veintidós años continúa aquí.

Desde que me marché del hospital no volví a ver ni a Gina, ni a Fran. Me alejé de ellos, y de todo lo que tenía que ver con ese mundo lleno de oscuridad que me atosigaba. Lo reduje todo lo que pude.

Aun así, os tengo que contar algunas cosas importantes que me sucedieron a lo largo de esos años.

Ahora vivíamos solo con mi madre. Nos habíamos mudado a Getafe. Habíamos perdido el contacto con nuestro padre. Lo último que supimos de él fue que se pasaba las noches en el bar del Paquito. Había perdido su trabajo, y poco más que decir. Intenté ayudarlo en varias ocasiones, pero no se dejó. Una noche volví a ir al bar del Paquito y ya no lo encontré. Pregunté dentro y me dijeron que llevaba semanas sin venir. Intenté saber de él. Usé todos los métodos que tenía a mi disposición, pero se lo había tragado la tierra como si no existiera.

En cuanto a mi madre... había mantenido su adicción a los cigarrillos, y seguía fumando sin límites. Además, ahora tomaba ciertas pastillas que le recetó el médico para la depresión. Se pasaba todos los días en casa, con la cara angustiada y poco más... estos últimos años habían sido trágicos para toda mi familia. Sobre todo, cuando le diagnosticaron el cáncer de pulmón a mi madre. Era inevitable, se pasaba el día aspirando humo. Bueno, sí solo fuera humo...

Habían pasado un par de años desde que le diagnosticaron el cáncer. Los pronósticos no eran favorables. Había superado la tasa de supervivencia y se mantenía en un estado crítico. También había abandonado el tratamiento y se encontraba en la habitación, oculta tras las sábanas. Solo la molestaba para subirle el desayuno y las comidas. Su rostro era impactante para mí. Nunca se está preparado para algo así.

La que más pena me daba era Érika.

Mi hermana había caído en picado en cuanto a su rendimiento, y en cuanto a su manera de vivir la vida. Tenía dieciocho años, un padre borracho, un hermano suicida, y una madre con cáncer, imaginaos el panorama; ¿cómo iba a comportarse como una chica normal? Había repetido en más de dos ocasiones, y se enfrentaba al último año de instituto. Si no aprobaba... la expulsarían; pues ya era mayor de edad. Muchas veces salía por la puerta el jueves y no volvía a casa hasta el lunes por la noche. Recuerdo lo dulce y cariñosa que era de pequeña. Ahora solo sabía ser arisca y violenta. ¿En qué momento le robé las ilusiones a mi familia? Si no había cogido otra vez el cuchillo y me había rajado el brazo de nuevo era por ellas, porque a mi fatídico modo de hacer las cosas, no quería abandonarlas...

Pero yo estaba destrozado, roto, aplastado en el suelo más abrasador que se podía imaginar. Mis relaciones sociales habían dejado de existir, y me pasaba el día solo frente al televisor. Había dejado de tomarme la medicación, y había entregado mi vida a la suerte del destino. Podía notar que cuando tenía una gripe, mis dolencias eran mayores que antes. El virus de la inmunodeficiencia humana avanzaba sin pausa en mi cuerpo. Pero no me importaba, me daba igual morir.

Mi familia seguía ajena al conocimiento de mi enfermedad. En general, el mundo estaba ajeno.

Después de marcharme de Fuenlabrada, dejé de asistir a las charlas, y me distancié de toda ayuda que pudiera brindarme el mundo. Ya estaba cansado de eso. Alguien como yo no merecía ser ayudado por nadie.

A veces pienso que era demasiado duro conmigo mismo, pero la vida había sido dura para mí. En cierto modo por mis errores, pero también por las circunstancias.

Cuando salí del hospital, estaba destrozado. Gina me había dicho que la culpa de la muerte de Sarita había sido mía, no por mis últimas palabras, sino por haberla acosado durante años. Fran me había confesado haber matado a Álex. Es cierto que Álex no me caía bien. ¿Pero matarlo? ¿Contármelo? Tenía mil cosas en la cabeza, mil cosas en las que pensar, mil cosas sobre las que reflexionar... Mi cabeza iba a estallar. Por eso convencí a mi madre para marcharnos de la ciudad que lo originó todo. Pensaba que si me iba, podría empezar de nuevo. Os juro que lo intenté. Intenté reiniciar. Pero como me dijo Gina... Huir no mataría a mis demonios. Y cuando pensé en mis demonios me acordé de Fran, y de sus consejos. Quizás la manera de matar a mis demonios era matando al padre de Sarita; si vengaba su muerte, entonces podría sentirme en paz conmigo mismo. Se me pasaba por la cabeza en muchas ocasiones, pero nunca hacía nada, nunca me movía del sofá en el que me pasaba las horas sentado. En el que recordaba mi vida antes de que se cubriera por una capa de oscuridad sólida y persistente...

Aun así, os voy a confesar una cosa. Hubo un día, en el que me enfrenté al padre de Sarita. Y ese día, cuando lo vi, supe que solamente uno de los dos podría salir vivo de allí, o tal vez ninguno.

Los 3 suicidios de Marcos RuizWhere stories live. Discover now