¿Estaba preparado para saber la verdad?

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¿Estaba preparado? Me pregunté a mí mismo. Claro que no lo estaba, pero había llegado hasta ahí, iba a resolver el puzle fuera o no fuera el momento. Además, si no estaba preparado ocho años después, ¿cuándo iba a estarlo?

—Ana, no me voy a ir de aquí sin cerrar esta puerta. Así que cuéntame todo lo que sabes sobre la noche en la que me acosté con Sarita.

Comenzamos a bajar las escaleras. Íbamos directos al sótano. Era el lugar donde mi mente se colapsaba cuando intentaba recordar lo que pasó esa noche.

—Todo comenzó aquí, en este sótano: tú y Sarita estabais drogados, y Álex te ayudó a que te la tiraras de una vez por todas. No estuvo bien eso. Ella era una chica, y nadie tiene que drogar a una chica para que un buen amigo se la pueda follar. No te culpo. Sé que tú no sabías nada de lo que Álex había planeado.

En ese momento recordé que salimos de la habitación para tomar más droga. Álex nos dijo que el sótano estaba mucho más preparado para disfrutar de una noche completa. Allí había alcohol, maría, éxtasis, setas y mucha cocaína. La música se escuchaba mejor, y el jaleo de la gente no nos molestaba.

—Al cabo de unas horas ella empezó a llorar. Hablaba de una tal Gina. Decía cosas malas sobre ella. Que la había traicionado, que le había roto el corazón en tantos trozos que era imposible de arreglar. Tú no la escuchabas. Solo estabas pendiente de sus pechos. Ella te daba igual. —Dolía escuchar las verdades que los demás tenían para ti. Dolía saber que en un momento de tu vida se te olvidó tener valores. Dolía saber que fui aquel chico—. Cuando te cansaste de tirártela, te quedaste dormido, desnudo. Supongo que te sentías como un campeón, habías conseguido acostarte con la chica que llevabas acosando desde que entraste al instituto.

En ese momento, pude sentir que Ana me estaba juzgando. Sus palabras eran puntiagudas, y se clavaban con hiel.

—Yo nunca tuve intención de hacerle daño. Solo estaba confundido —contesté a la defensiva.

Ella me miró durante unos segundos.

—A veces, las intenciones pueden ser peores que el daño —respondió con la voz seca.

Y es que a veces las intenciones, como dice Ana, pueden ser terribles. Nos creemos con la autoridad de llegar a la vida de una persona que no conocemos, y de decirle con nuestra mejor intención lo que mejor le puede venir, como si nosotros supiéramos de todo, y fuéramos adivinos. Yo a los veintidós años me creía perfecto; ahora soy consciente de todas las carencias que tenía y sigo teniendo.

—Él entró cuando tú estabas dormido. Entró con olor a muerte, con olor a locura, con olor a perversión. Nadie lo vio pasar, pero sin embargo ahí estaba, dejando su horrible esencia en la virtud de Sarita. Ella gritaba, te llamaba, berreaba a los cuatro vientos. Pero nadie le hacía caso. Él la golpeó para silenciarla. Álex miraba por la rendija de la puerta. Veía cómo la penetraba con su sucio pene. Con su mano derecha taponaba su boca, y con la otra manoseaba su cuerpo de niña. Tú no escuchabas nada, absolutamente nada.

Y entonces lo recordé. Entreabrí los ojos, y podía ver cómo todo lo que había en el sótano se triplicaba, daba giros de noventa grados, y se mezclaba con el llanto de Sarita. Quería levantarme y poder ayudarla, pero algo me sujetaba a la cama. Estaba violándola a unos centímetros de mí. ¡Joder! La cama chocaba contra la pared, e incluso me lanzaba miradas de perversión. Babeaba sobre su cuerpo. Podía sentir como si me faltara el aire, como si estuviera intentando salir de un pozo en la dirección contraria, y alguien estuviera parado desde la boca arrojándome piedras y gritos descomunales. Ahora lo empezaba a entender todo, no fue el VIH lo que me hizo sentir miedo al futuro, fue el hecho de enfrentarme a la verdad. Descubrir que violaron a una chica inocente a menos de veinte centímetros de mí, y que con los ojos abiertos, contemplé con detalle cada parte de su sufrimiento sin mover ni un dedo. Me castigué a mí mismo porque sentía vergüenza de lo que era.

Todo este tiempo había estado huyendo de la verdad. Y ahora la verdad era tan poderosa que conocía todos mis escondites. ¿Sabéis lo que es llegar al punto de no saber quién eres? De mirarte en el reflejo de un espejo, y de sentir vergüenza, desprecio y odio hacia ti mismo. De pasarte la vida en el mundo más triste que se conoce...

Y ahora entendía por qué él me había estado persiguiendo durante todo este tiempo. No había sido una casualidad. Él, a su modo, quería acabar con todos nosotros. Era Fran el que estaba violando a Sarita. Era él, el que me miraba con esos ojos que tenían el poder de dejarme paralizado. Era él, el que me había hecho testigo de todos sus delitos.

Ana se acercó rodeándome en sus brazos. Yo no podía dejar de llorar. Y volví a pensar que ojalá me hubiera quedado en la biblioteca estudiando.

—Tienes que alejarte de ese hombre. Es un loco.

—¿Por qué no fuisteis a la policía? —le pregunté sin poder llegar a entender nada.

—Queríamos protegerte. También tenía tu semen, recuerda que tú también te habías acostado con ella.

Y lo cierto era que en ese aspecto tenían razón. Si lo hubieran delatado una investigación habría puesto patas arriba todas nuestras vidas. Aunque creo que hubiera sido mucho mejor... y es aquí, cuando volvemos a hablar de la intención. Y mira lo que la intención ha hecho ocho años después.

Los 3 suicidios de Marcos RuizWhere stories live. Discover now