El final

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Ahora sí que ya no tenía más fuerzas para continuar. Todo el mundo se había marchado de mi vida.

Esa niña, que lloraba desde la habitación de Érika, no era mi responsabilidad, así que la saqué al portal, la tapé con una manta, y la dejé a su suerte.

Cogí la soga, la soga que había estado retándome todo este tiempo, la coloqué sobre la lámpara, medité unos segundos acerca de mi vida. Y entonces...

Entonces, me vino a la cabeza un recuerdo que no situaba demasiado bien. Pero el nombre de esa chica, el nombre del color de nuestros ojos, Esmeralda, ahora daba vueltas saltando por todos mis bloqueos, por todos mis agujeros, ¿qué quería decir eso?

No tenía ganas ni fuerza para seguir pensándolo, así que metí la cabeza; aunque mi mente no se iba del lugar, del lugar en el que una chica con el nombre del color de mis ojos estaba gritando.

Y ahí, escuché también el sonido de una voz familiar: la voz de Sarita.

—Marcos, por favor, abre los ojos y rompe el juego.

Y mientras la soga apretaba, ella sabía que me daba igual, lo sabía porque llevaba tiempo queriendo estar muerto, lo sabía porque la muerte no tenía valor cuando no perdías nada, y eso a la soga le jodía, le jodía tanto, que parecía no querer matarme, y aunque pasaban los segundos, se resistía a llevarme al lugar que me tenía que llevar.

Y entonces, alguien regresó, y cortó la soga.

Los 3 suicidios de Marcos RuizWhere stories live. Discover now