Yo era un asesino

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NO PODÍA EVITAR SENTIR que había sido el causante de que se suicidara, de ponerle la soga en el cuello y darle una patada a la silla en la que se subió. ¿Por qué no me retracté? Si mi mente lo chillaba con todas sus fuerzas.

A pesar de la cantidad de pensamientos negativos que aparecían, traté de revelarme a ellos cambiando mi actitud: tomé la medicación, di una vuelta tras semanas encerrado y dejé a mi bichito entrar a mi habitación.

—Hermanito, te he echado de menos.

Le sonreí. Ella era la única capaz de hacerme ver que merecía la pena salir adelante.

—He estado muy liado estos días, pero yo también te he echado de menos.

Se abalanzó sobre mí, dándome un fuerte abrazo.

Quizá, después de todo, solo tenía que intentarlo, adaptarme a las circunstancias y retomar el rumbo: tomar la medicación, buscar un trabajo y normalizar la situación.

Ese día, a pesar de los pensamientos iniciales, acabó siendo memorable. Sin embargo, lamentablemente, los fantasmas de mi mente, de aspecto burlón y provocativo, no me dejaron vivir muchos días como aquel.

La mancha oscura seguía extendiéndose, sin detener su ritmo, con una intencionalidad nada positiva.

De haber conseguido erradicarla, jamás habría cometido actos tan macabros; pero lo hice.

Por eso, hoy, con cincuenta y tres años, estoy dispuesto a ponerle fin a esta vida compuesta de vivencias horribles.

Los 3 suicidios de Marcos RuizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora