La soga de Marcos

2 1 0
                                    

—Otra vez borracho. ¿Es esta tu nueva manera de vivir? —le gritaba mi madre a mi padre mientras aspiraba el humo de un cigarrillo.

Estaba nerviosa y con ganas de llorar. Ese día se había fumado al menos dos cajetillas. Ya os lo dije, estaba rompiendo mi familia.

Me sentía como si lentamente, fuera poniendo sobre ellos la misma soga en la que Sarita metió su cabeza.

—Déjame en paz. Solo he salido un rato con los amigos. ¿Puedes dejar de controlarme? —le contestó dejando la peste a alcohol por toda la casa. ¡Uff! Yo llevaba sin beber desde ese día. Y el olor a ese líquido apestoso me revolvía la tripa.

Mis padres llevaban años en un tira y afloja: un dinero que nunca era suficiente, un trabajo que parecía robar muchas horas, y una mujer que se preguntaba que en qué momento había dejado de estar enamorada.

No era solo culpa mía; pero yo era el detonante. Desde esa noche me comportaba con ellos como si fuera un hijo salido del programa de Pedro Aguado. Mi madre había emp

ezado a fumar como una posesa. Pobre... Después de más de cinco años sin probarlo... Y mi padre había empezado a beber con asiduidad. Yo discutía con ellos, y ellos discutían entre sí. Y mi hermana, desde el hueco de las escaleras, lo observaba todo, con sus diez años. No merecía crecer así. Ninguno de ellos merecía nada de lo que les estaba pasando.

No me suicidé por tener VIH, sino por las circunstancias, por cómo cambió mi vida después de eso. Quiero decir con esto, que los problemas no son exactamente los que nos matan, sino la manera de afrontarlos. Dos personas pueden estar pasando por el mismo trágico periodo, pero cada una tendrá unas circunstancias, una personalidad... Quizás, y no quiero echarles la culpa a ellos, pero si mis padres hubieran discutido un poco menos, y me hubieran intentando escuchar un poco más, entonces seguramente habría podido acudir a ellos...

No sé si debería decir eso, me siento mal por hacerlo, parece que les culpo. Y me duele como si un cristal me rajara la cara desde la sien hasta la garganta. Me duele más que cuando reventé mis sesos desde lo alto de la montaña. Me duele porque los quería, y sé que ellos me amaban a mí; pero tampoco tenían un manual de cómo entender a su hijo adolescente. Y yo era muy difícil de entender. Pero... Recordaba... Recordaba a mi madre intentándolo, a pesar de todo... Intentaba llegar hasta mí, pero yo era una puerta cerrada con el candado más grueso del mundo. Me había tragado la llave y la había sellado en la caja de mis sentimientos. Quería hacerlo; pero no podía. Y eso era peor que un nudo. Ojalá hubiera podido vivir sin huir. Ojalá hubiera podido tirar la soga sobre la que pendía todo mi mundo, y toda la gente a la que, en algún momento de mi vida, había amado.

Pero qué va.

La soga parecía tener vida propia, y cuanto más quería alejarme de ella, más cerca de mí estaba. Quizá era Sarita, que desde entonces vivía en mi cerebro.

«Acaba el juego de una maldita vez y déjame marcharme», volvió a decir su voz. ¿Qué juego? ¿De qué estaba hablando?

Los 3 suicidios de Marcos RuizWhere stories live. Discover now