La segunda mujer de ojos verdes y su conciencia

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Una segunda mujer de ojos verdes, que ya había dejado a su hijo en el colegio, que había despedido a su marido en la puerta, pensaba ahora en que jamás debió haber abandonado al chico de los ojos verdes.

Una segunda mujer de ojos verdes pensaba ahora en el miedo, en el miedo que la manejaba, y en lo fácil que era siempre marcharse. Lo que no sabía es que, tarde o temprano, la conciencia —su amiga o enemiga, no estaba clara cuál era su postura—, iba a estallar, y a recordarle a la mujer, o quizás ahora niña, de ojos verdes lo mal que se portó aquel día.

Y ella sabía, ahora, demasiado tarde, que si ese día se hubiera quedado, la primera mujer de ojos verdes no tendría que haber impedido al chico de ojos verdes hacer lo que iba a hacer esa tarde, y por consiguiente, la tercera mujer de ojos verdes, seguramente, no tendría todas esas cicatrices, tanto externas como internas, a las que le daba miedo enfrentarse.

Y por eso, sola en casa, con un marido que cuando llegaba no se daba cuenta de nada, y con un hijo que era muy pequeño para darse cuenta de los problemas reales, se puso a gritar.

Y cuando gritó, también lloró. Porque eran sus lágrimas las que gritaban, las que se clavaban en el corazón de la segunda mujer de ojos verdes, que ahora también brillaban como si fueran esmeraldas.

Entonces volvió a replantearse que, aunque era tarde, aún podía ser lo suficientemente temprano para poder significar algo. Y que volver, aunque hubiesen pasado tantos años, pausaría una oscuridad, que casi ya había cubierto al chico de los ojos verdes.

Y a lo mejor, si lo hacía ya, en este momento, no solo iluminaría la vida, hasta ahora humedecida de recuerdos pinchosos, de ese chico de ojos verdes, sino que también, a lo mejor conseguiría que la tercera mujer de ojos verdes se enfrentara a las cicatrices que podían matarla.

Los 3 suicidios de Marcos RuizWhere stories live. Discover now