Mami, abrázame como antes

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Esa tarde subí a hablar con mi madre. Su enfermedad no decrecía, y cada día se encontraba un poco más cansada. Tanto mi hermana como yo sabíamos que el inminente suceso llegaría en cualquier momento. Y eso nos daba miedo, mucho miedo, porque era la mujer que había mantenido levantada, a su manera, esta casa. Si ella hubiera perecido antes, estoy seguro de que el reencuentro con mi hermana nunca habría llegado a culminarse, quién sabe si no me habría intentado suicidar antes...

—Hola, hijo mío —dijo sin fuerzas.

Yo, como siempre, le acariciaba la cabeza y me sentaba junto a ella.

—Madre, te echo tanto de menos. Ojalá hubiera sabido cuidarte mejor —le dije. Se lo dije de verdad.

Cada vez que veía a alguien aspirar un cigarro, el humo se esparcía por mis pensamientos, recordándome que yo la empujé a eso. Y no veáis cómo duele, la culpa constante que estará presente hasta el final. La culpa de una soga que sabes que tú mismo pusiste.

—Fuiste un hijo modelo, debería haber sabido entenderte. Haber comprendido lo que le sucedió a mi hijo adolescente cuando cumplió veintidós años. Pero estaba más pendiente de las borracheras de tu padre, y de querer ser la familia perfecta, que de darme cuenta de los pequeños detalles que te estaban comiendo por dentro —decía escurriendo pequeñas lágrimas que chillaban llenas de dolor.

—Madre, te idolatraré siempre, mejor no lo pudiste hacer. Y si pudiera elegirte de nuevo, lo haría. Yo no fui un hijo fácil, ese fue el verdadero problema.

Ella me miró, arropándome con las pocas fuerzas que aún le quedaban.

—La vida no es fácil para nadie. Lo intentamos hacer lo mejor que nos han enseñado, pero los humanos estamos llenos de carencias que no queremos aceptar, y que ocultamos bajo nuestros vicios... ¿Sabes por qué no pude ayudarte cuando eras aún un niño haciéndose mayor? Porque me aterraba saber la verdad.

El silencio nos observaba con intervalos que parecían infinitos. Nos miraba hasta con tristeza en pequeños intentos de pedirnos que rompiéramos el hielo. Pero ahí estábamos, madre e hijo, envueltos entre nuestros brazos, llorando en silencio por las cosas que hicimos, y lamentándonos por las consecuencias que habían llegado a nuestras vidas sin intención de marcharse. Éramos el fiel reflejo del paso del tiempo en una vida de huidas, y nuestros problemas eran unos intereses que se habían demorado en el tiempo dejando nuestros corazones en la bancarrota. Simplemente éramos sombras tan oscuras que se inhibían en la noche.

—He conocido a una chica, madre —le dije destrozando el muro de hielo que habíamos construido en un segundo.

Mi madre me lanzó una mirada de aprobación, y una sonrisa tan dulce como sus caricias.

—Me alegro tanto por ti. Aún eres joven, y aún puedes tener la oportunidad de encontrar a alguien con quien conectes de verdad. Alguien que te haga olvidar todo el daño que esta vida te ha hecho. Entrégate al amor, y déjate llevar por él. Él conoce el buen camino, y si esa mujer es tu destino, acabarás encontrando la recompensa que no habías hallado tiempo atrás.

Mi madre era confianza, coraje, garra, ilusión, amor, fuerza. Y en ese momento, pensé que la iba a echar muchísimo de menos cuando desapareciera. Tanto que podía sentir cómo un ardor recorría mi pecho, y me apuñalaba salvajemente cada parte de mi piel.

Ella tosió, y escupió un líquido que parecía veneno.

—Una última cosa, cariño, no dejes nunca a tu hermana atrás. Ayúdala a encontrar el camino, ayúdala con mi nieta, y consigue que vuelva a sonreír, es todo lo que una madre desea para sus hijos, que sean felices.

—Te lo prometo. —Y le di un beso, que resonó dando un poco de luz a la habitación invadida entre tinieblas.

Los 3 suicidios de Marcos RuizWhere stories live. Discover now