Las personas con las que tienes que hablar quieras o no

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Eran dos, una mujer con una coleta, y un hombre gordo y bajito. Tenían esa vestimenta azul que tienen todos los que son como ellos.

—¿Cómo te encuentras, Marcos? —preguntó la mujer de la coleta.

Yo miré sin decir nada. Analizando la situación.

—¿Sabes por qué estamos aquí? —dijo el hombre gordo.

Yo negué con la cabeza.

Mi hermana había salido de la habitación, así que me sentía muy abandonado.

—Estamos investigando el asesinato de Ana Jiménez —dijo de nuevo el hombre bajito.

No entendía nada, ¿qué tenía que ver yo con eso?

—¿En qué puedo ayudaros? —dije un poco nervioso.

La policía de la coleta me rodeó por el otro lado de la cama. Estaba acorralado.

—Verás... sabemos que erais amigos. Solo estamos hablando un poco, con toda la gente que conocía a Ana. Necesitamos entender por qué alguien le cortó la cabeza y la colocó sobre la ventana de la casa de... bueno... de Álex Fernández.

Yo me puse nervioso, porque sabía quién había hecho eso, y saber algo tan grave y no decirlo te hace cómplice de tal delito. Y ahora, que estaba conociendo a Abigail, y que estaba cuidando a mi hermana, no quería sufrir las consecuencias de una cosa que no era culpa mía.

—¿Podrías decirnos algo de Ana? ¿Algún enemigo? ¿Algo que sepas de ella y Álex? Seguramente nos encontramos ante el mismo asesino.

Yo reflexioné. Pensé en su nombre. Mi voz lo chillaba. Y pude verlo, detrás de la coleta de ella. Mirándome con sus ojos verdes, tristes, y con forma de coco, mirándome y desnudándome. Y entonces dije la palabra que no tenía que decir:

—«No», no sé nada de lo que le ha podido ocurrir, ni a ella, ni lo que le ocurrió a Álex. Lo siento.

Ahí, en ese momento, todavía habría estado a tiempo de cambiarlo todo. Pero una vez más, el miedo habló por mí.

Los 3 suicidios de Marcos RuizWhere stories live. Discover now