Olvidar la realidad

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Casi dos meses pasaron desde la última vez que vi a Carlos. Dos largos meses que se me hicieron eternos. Hablábamos a diario por teléfono y todas las noches nos escribíamos mensajes a través de Whatsapp.

Sin embargo de David no supe nada... hasta aquel día.

Recuerdo que era viernes, 5 de Agosto. Me encontraba en la tienda cuando mi teléfono vibró. Sentí como se me encogía el estómago al ver su nombre en la pantalla. No pude responder al momento ya que estaba atendiendo a un cliente. Cuando la cosa se quedó tranquila, le devolví la llamada.

- Virgi... - su voz sonaba ronca, triste...

- David, perdóname. Antes no pude responder, tenía gente en la tienda. Dime, ¿qué te pasa?

- ¿Podemos vernos?

- Eh... Sí, claro. Claro que podemos. ¿Estás bien?

- Bueno... Estoy.

- ¿Dónde quieres que nos veamos?

- En casa. Nuestra casa.

- Vale. Pues cuando cierre la tienda voy. ¿Quieres que lleve algo para comer?

- Sí, por favor. Eso estaría bien.

- En un ratito nos vemos. Un beso.

- Hasta luego.

Esa conversación me dejó muy mal. Algo le ocurría. Y sentía que yo era la culpable de que estuviera así.

Cuando cerré, pasé por un restaurante de comida china, que es la favorita de David y compré todo lo que le gustaba: rollitos, fideos chinos con ternera, pollo con bambú y setas, pollo con almendras y arroz.

Llamé al timbre, aunque ésa aún era mi casa y tenía las llaves, no lo sentía así. Era como si allí ya no hubiera nada mío.

- Hola, pasa...

El alma se me cayó a los pies cuando lo vi. Muy delgado, demasiado. David no era de constitución gruesa ni mucho menos, pero nunca lo había visto así. Con barba de varios días y en ella, canas salpicadas. Se le veía triste. Y solo. Muy solo.

Me sentí muy mal al verlo. Y volví a pensar que sólo yo era la culpable de su estado.

- David... ¿cómo estás?

Llevaba un pantalón corto gris de algodón y una camiseta blanca con el logo de Toro Rosso. En la mano una lata de cerveza.

- Bien, estoy bien.

Pasamos a la cocina y dejé sobre la encimera la bolsa con la comida. Se apoyó en la mesa mientras daba un sorbo a su lata.

- Hay cerveza y refrescos en la nevera. Sírvete lo que quieras.

- Una cerveza me vendría bien.

Abrí la nevera y cogí una lata. Aunque la verdad no había mucho donde elegir. Sólo bebidas, refrescos, algunas pizzas y restos de comida tailandesa con pinta de llevar allí mucho tiempo.

- No como aquí - me dijo al ver mi cara - suelo comer de mi madre o compro algo en la calle.

- Estás muy delgado David.

- Lo sé... tu sin embargo... estás guapísima Virginia. Parece que te ha sentado bien la separación.

Su comentario me hizo sentir aún peor. Es cierto que por fuera estaba bien. Pero es mi trabajo. Tengo que dar la cara al público en mi tienda. Tengo que hacerles ver que mi ropa, la que vendo allí, sienta bien. Y luego está el blog y las redes. Tengo que aparentar una vida feliz y que me encanta todo lo que muestro. Sino, las marcas, no volverían a contar conmigo.

La Boca Del LoboWhere stories live. Discover now