<•> Capítulo cuatro <•>

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—¿Bombón? —le pregunté a la vez que levantaba una ceja; ya empezaba con sus andanzas, me pareció tedioso.

—¡Es un bombonazo, en realidad! ¡Ya, dime quien era! —comenzó a mover mi hombro repetidas veces.

«Derek, cálmate. Asesinar es penado por ley, cálmate» pensé.

—¡Ya! ¡Déjame tranquiloooo! —pensé que dejaría de molestar, pero no.

«Nota mental: nunca olvidar que Sophie es un dolor en el culo»

—En fin —continué—, fue una recomendación del profesor Erik. Me pareció buena persona, quería ayudarlo, así que decidí no hacer mucho proceso.

—¿Pero, por qué hablaba raro?

—Ah, precisamente por eso te interrumpí —le di un pequeño golpe en la cabeza—, saldrías con tus estupideces; él tiene disfasia.

Con una mueca, me indicó que no entendía.

—Es un trastorno de lenguaje; omite letras, conjuga mal los verbos, tartamudea, ya sabes, esas cosas.

—¡Aaah! ¡No hay problema! ¡Está guapísimo! Sólo le doy una terapia de lenguaje y listo —juntó sus manos como si de un plan malvado se tratase—, asunto arreglado.

Siempre cayéndole a todo lo que pudiera. Quería que no me importara; pero esas palabras, me incomodaron bastante.

—Tú siempre solucionas todo muy fácil, ¿no es así? Olvídalo, no es para ti —le corté el rollo.

—¿Huh? ¿Cómo que no? ¿Para ti sí? —rodé los ojos y decidí ignorar su último comentario. Sólo un número cambiaría todo, quitándole las esperanzas.

—Tiene treinta.

Abrió la boca sorprendida.

—Mientes...

Negué con lentitud.

—Nope. Así, que está muy viejo para ti. —le di un trago al refresco hasta llenar mis mejillas como una ardilla.

—¡No te creo! —apoyó la cabeza en su brazo, como una niña chismosa— Pero si parece un niño.

—Yo pensé lo mismo...

—Ay, pero eso no le quita lo guapo.

Callé; quería agregar algo más, para dejarle claro que él no era como a ella le gustaban. Sin embargo, tenía razón y yo lo reconocía al cien por ciento; él era muy guapo. Yo, aún, siendo hombre y heterosexual, reconocía algunas veces cuando otro hombre era atractivo. No obstante, sólo me parecía buena persona.

«¡Ja! Si, como no»

Maldita conciencia.

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El ruido de la alarma me hizo maldecir y gruñir, a la vez que me volvía un gusano en la sábana. Estaba a punto de quedarme dormido de nuevo, hasta que tocaron mi puerta.

—Señor —era Ilse—, llegará tarde al trabajo.

Solté unas palabras ininteligibles para ella y para mí. Pero luego, me senté en la cama y bostecé.

«Nota mental: ya no estaba tan joven como para quedarme hasta las dos de la mañana viendo gore»

—Voooooy —le avisé.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now